Cuerpo natural, la nueva moda

La nariz mínima y puntiaguda, los pómulos exagerados, la boca alargada, la piel lustrosa y hacia atrás, tirante. Las llamadas “caras menemistas” son tal vez el símbolo de una década. Después, siguieron otras modas de quirófano: la de inflarse los labios, la de ponerse prótesis mamarias desde la adolescencia, la de rellenarse la cola con algo, supuestamente, más serio que lo que usaban las travestis. Pero las modas tienen principio y fin y ahora que los especialistas coinciden en que ha comenzado una nueva era de cuerpos más naturales, muchas mujeres operadas vuelven al quirófano arrepentidas y con un ruego: volver a su estado natural. El problema es que algunas de esas transformaciones ya no tienen retorno.

¿De qué se arrepienten? “En primer lugar, de tener los labios duros como rocas, porque en los 90 se usaba silicona para agrandarlos. Después, del aumento de busto, porque hoy se usa una imagen más delgada y elegante, más europea, y tener mucho busto te hace parecer más rellena. También, de las prótesis de pómulos y de mentón, porque hoy se busca tener una cara con ángulos más armoniosos”, describe el cirujano plástico Cristian Pérez Latorre. “Ni hablar de quienes se colocaron metacrilato o Artecoll en la cola o en los labios, todas sustancias a base de silicona que hoy están prohibidas. Cuando les mandás a hacer un estudio para ver qué les pusieron se quieren morir, pero el desastre ya está dentro del cuerpo”, agrega.

Algunas se arrepienten del médico que eligieron, como le ocurrió la semana pasada a la modelo Silvina Luna, que acusó al suyo de haberle inyectado en la cola “una sustancia tóxica”. Otras, de haber sido presas de una moda; el resto, de haber entrado a un quirófano y transformado su cuerpo real.

La abogada Virginia Luna, quien patrocinó a miles de mujeres que tienen prótesis PIP (hechas con un gel industrial no apto para uso humano), opina: “Muchas mujeres se arrepienten del resultado de la cirugía porque el nivel de expectativas es mucho más alto que lo que se puede conseguir. Así, vienen a hacer un reclamo por una supuesta mala praxis y cuando ven que no lo fue, la frustración es todavía mayor. Pero en otros casos, se arrepienten del médico que eligieron porque el resultado fue tan desastroso que la posibilidad de solucionarlo es nula. Como sea, a medida que van madurando, la mayoría dice que volvería atrás y piensa: ‘¿Para qué me metí en ésto?”.

Adriana Q. tiene 26 años y es una de ellas: “A los 19 años me operé el busto. Y hace un año tuve una hija y me quedó mucho sobrepeso. Bajé 25 kilos y como me quedó un colgajo importante de piel en la panza, me hice una dermolipectomía abdominal para sacar el excedente de piel, estrías y reconstruir el ombligo”, cuenta. Pidió referencias, encontró a un cirujano “hijo de” que creyó que era una eminencia, y se operó. “Pero el cirujano hizo la incisión muy arriba, la herida se infectó y casi se muere en el hospital. Más allá del juicio por mala praxis que inició, lo que cambió fue su cabeza: “Me arrepiento de todo. El resultado es horroroso, porque no hay chances de esconder la cicatriz. En la playa me miran con pena, como si hubiera tenido un accidente terrible. Ahora me miro al espejo y pienso ‘querete un poco más’, ‘querete como sos’, ‘no todo se soluciona cortando y pegando’, ‘no sos una panza, no sos una teta, Adriana’. Pagué un precio muy alto por algo estético y si pudiera volver el tiempo atrás, no me haría ninguna cirugía”.

Su caso es la muestra de que muchas intervenciones no tienen retorno. Dice Pérez Latorre: “Algunas veces se puede arreglar: por ejemplo, antes se usaba la dermopigmentación en los bordes de los labios y ahora lo podemos sacar con láser, pero otras no: si tenés implantes de mamas muy grandes significa que fueron colocados por debajo del surco mamario (por la areola no entran): entonces cuando se las quieren achicar, la cicatriz se ve inevitablemente. En el caso de las narices chiquitas, se destruían y se perforaban los tabiques, entonces hoy, por más que tratemos de reconstruirlas con injertos para darles volumen, se nota”.

“El arrepentimiento viene porque muchas mujeres llegan a la cirugía con la impulsividad de un niño: sin conciencia del peligro y pensando sólo en el aquí y ahora. Como muchas veces el vacío que se busca rellenar no es de objetos sino de afecto, caen en repeticiones, hasta que terminan en esas caras y cuerpos grotescos. Cuando maduran y se paran en el lugar de adultos aparecen otras preguntas: ¿Tendré problemas para amamantar? ¿Permitiría que mi hija arriesgara su vida así?”, plantea el psicólogo clínico Marcelo Bregua. “Veo que hay una vuelta a lo natural pero sin cuidados, como ocurre con los que se matan en un gimnasio. Y eso es tan peligroso como ponerte en manos de alguien que te opera en una sala común o te inyecta en la cola una sustancia prohibida”.

Gabriela A. tiene 42 años y trabaja en una peluquería. Su arrepentimiento tiene que ver con otra cosa: confió en el médico hasta que se enteró que era una de las 15.000 mujeres con siliconas PIP en el país: “Me dijo que eran las mejores del mercado y un año después me enteré que eran de cuarta. Yo ya venía con dolores y empecé a pensar: ‘no quiero tener este veneno adentro’. Me voy a arrepentir toda la vida de haber confiado en un médico que conocí por una revista”, dice. “Pensé mucho en eso: me preguntaba ‘¿por qué no me quedé como estaba, que por lo menos era mi cuerpo normal? Quise hacer algo para sentirme mejor y me quedé con una bomba de tiempo adentro”.

Fuente: Clarín

*

*

Top