Libia al borde de una guerra abierta

Casi cinco años después de su última gran conflagración, vuelven a sonar tambores de guerra en Libia. Las milicias aliadas a los dos Gobiernos que se disputan el control del país se han enzarzado en violentos combates en varias localidades alrededor de Trípoli durante los últimos días. Aunque no existe un balance claro de víctimas mortales, se cree que se sitúan por encima de la treintena. Las hostilidades se iniciaron el pasado jueves, cuando el mariscal Jalifa Hafter, el hombre fuerte del este de Libia, anunció el lanzamiento de una ofensiva militar para apoderarse de la capital, sede de su Ejecutivo rival, presidido por Fayez Serraj y patrocinado por la ONU. La comunidad internacional, que ha instado a las partes a llegar a un alto al fuego inmediato, teme que estos enfrentamientos puedan derivar en una nueva y sangrienta guerra civil.

La división del país en dos Gobiernos en litigio, uno con base en el este, en la ciudad de Tobruk, y el otro en el oeste, en Trípoli, data de 2014, cuando diversas facciones no aceptaron los resultados de unas controvertidas elecciones. Desde entonces, los combates esporádicos entre milicias leales a los dos Ejecutivos se han alternado con infructuosas negociaciones de reconciliación nacional impulsadas por la ONU. El principal punto de discordia es el rol de Hafter, un ambicioso general que consiguió fraguar una alianza militar con diversas tribus y milicias del este del país, el autoproclamado Ejército Nacional Libio (ENL). Con una agenda ferozmente antislamista, Hafter pretende volver a unificar bajo su poder un país sumido en el caos desde la caída del régimen de Gadafi, a finales de 2011.

En los últimos años, Hafter, con el decidido apoyo militar de Emiratos Árabes y Egipto, ha ido ampliando progresivamente el territorio bajo su control. Una vez conquistada la parte oriental del país, el pasado invierno lanzó una campaña militar en el sur, que se saldó con una rápida victoria. Según los analistas, este éxito habría alimentado su voracidad, y explica la decisión de abalanzarse sobre Trípoli, saboteando el proceso de negociación de la ONU.

De hecho, el mariscal, de 75 años, anunció su Operación Torrente de Dignidad mientras el secretario general de la ONU, António Guterres, se hallaba en la capital para preparar la llamada Conferencia Nacional. Este encuentro, que debería celebrarse entre los días 14 y 16 de este mes en la ciudad libia de Ghadames, tiene como objetivo promover la aprobación de una hoja de ruta para reunificar el país que incluya la celebración de elecciones.

Sin embargo, la marcha del ELN hacia la capital no está siendo un camino de rosas. Varias milicias del oeste del país, con la poderosa Misrata a la cabeza, se han movilizado para frenar la ofensiva de Hafter siguiendo las órdenes del primer ministro Serraj. Los combates más encarnizados tienen lugar en el sur de Trípoli, donde el avance inicial de las tropas del ELN parecía más sólido. Los portavoces de ambos bandos informaron de que el domingo realizaron sus primeros bombardeos aéreos contra posiciones enemigas. De momento, el resultado de la batalla se presenta incierto.

“Los planes de Hafter suscitan recelos en el oeste del país, pues le perciben como un líder autoritario, y temen que instaurará de nuevo una férrea dictadura militar, al igual que ha hecho su aliado [Abdelfatá] Al Sisi en Egipto”, explica el analista Bechir Jouini. De hecho, las organizaciones de derechos humanos han denunciado graves violaciones de los derechos fundamentales en las zonas controladas por los hombres de Hafter, que ha justificado su ataque en la necesidad de “purgar” el oeste del país de “terroristas y mercenarios”.

“Aunque algunas tribus y milicias del oeste han cambiado de bando y han dejado de apoyar a Serraj, su peso no es decisivo. Los grupos armados más poderosos de la zona, que mantenían algunas disputas por la hegemonía, se han mantenido fieles al Gobierno, uniéndose ante la amenaza que representa Hafter”, asevera Jouini. El desgobierno crónico en un país sin instituciones nacionales desde 2011, junto con la arbitrariedad de las milicias que se reparten el país, ha suscitado en algunas capas de la sociedad libia una fuerte ansía de estabilidad sobre la que se apoya Hafter.

Apoyos internacionales
El otro escenario clave para la suerte de Libia es la escena internacional. Desde su comienzo, el actual conflicto libio se ha visto alimentado por las ambiciones y luchas de poder entre las diversas potencias regionales. Mientras Serraj cuenta con el apoyo de Turquía, Catar e Italia, obsesionada en reducir el flujo de migrantes, Hafter ha recibido el respaldo público de Arabia Saudí, Emiratos y Egipto, y el velado de Francia y Rusia. Washington ha mantenido una posición más ambigua, sobre todo desde la llegada de Trump al poder.

El pasado viernes, se celebró una reunión de urgencia del Consejo de Seguridad, que aprobó una resolución en la que se exigía a las partes un alto al fuego inmediato. El domingo, la misión de la ONU en Libia reiteró su demanda de una “tregua humanitaria” para evacuar a los heridos. El secretario general Guterres ha insistido en que no “existe una solución militar en Libia”, sino que esta debe ser política. En la misma línea se han expresado Washington y Moscú.

Ahora bien, la falta de acciones concretas para frenar a Hafter podría esconder la secreta esperanza por parte de algunos países de una pronta victoria del general. De hecho, no está claro si pidió luz verde a sus valedores internacionales, o confió en una política de hechos consumados. El sábado, Serraj convocó a la embajadora francesa para expresarle “en términos contundentes” su enfado por el apoyo de París a Hafter.

Fuente: El país

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