La desigualdad como sustrato de la rebelión de los chilenos que hasta ahora provocó 15 muertos

Suponer que la sociedad chilena estalló este fin de semana solo por el aumento del boleto de subte seria caer en el mismo error que la dirigencia política viene cometiendo casi desde la recuperación de la democracia, en 1990. Creer que declarando la guerra a enemigos no identificados, como anunció el presidente Sebastián Piñera, se van a tranquilizar los espíritus, sería otro error más grueso. Más bien puede ser la antesala de un baño de sangre que ya se cobró 15 muertos pero que nadie sabe en qué puede concluir.

Lo sabe Michel Bachelet, dos veces ex presidenta de Chile y Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, que pidió al gobierno a trabajar “con todos los sectores de la sociedad hacia soluciones que contribuyan a calmar la situación e intentar abordar los agravios de la población en interés de la nación”.

Tal vez el que la vio más clara fue el general Javier Iturriaga, jefe de la Defensa Nacional, quien desmintiendo al primer mandatario, sencillamente respondió a la prensa “la verdad es que yo no estoy e guerra con nadie”.

El incremento del precio del viaje en el metro santiaguino, que trepó a 1,18 dólares, fue la chispa que generó la explosión, primero con los estudiantes, que pusieron en marcha una forma de protesta inédita. “¡Evadir, no pagar, otra forma de luchar!”, gritaban mientras atravesaban los controles para no pagar el ticket.

Para un salario promedio de 600 dólares y un mínimo que ronda los 450, ese precio se convierte en impagable. Además de que en simultáneo, aumentaron todos servicios públicos, los combustibles y los aranceles de la universidad. De pronto, las calles se llenaron de manifestantes y desde esas columnas se desprendieron algunos -los más exaltados- que rompieron y quemaron trenes y edificios. Hubo saqueos no solo en la capital sino en Valparaíso. No está claro aún a qué sector pertenecen, pero de inmediato comenzaron a tronar las cacerolas en todo el país.

El golpe en las cacerolas como medida de protesta es un invento típicamente chileno que comenzó durante el gobierno de Salvador Allende desde las clases medias que no querían el giro a la izquierda del gobierno socialista.

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La familia de Piñera dio algunos de sus miembros a la dictadura pinochetista que se instauró a sangre y fuego tras el golpe de 1973 y de hecho un hermamo del presidente, José, fue el creador del sistema privado de pensiones que ahora padecen miles de jubilados que ven como se les esfumaron los ahorros de toda su vida en maniobras financieras. Ironías del destino, ahora la respuesta del gobierno ante la rebelión civil y las caceroleadas fue calcada del modelo de represión de aquellos años.

El estado de excepción, el toque de queda y la brutal represión no hicieron más que caldear los ánimos. Pero muchos dirigentes todavía no parecen hacerse cargo de que no solo políticas neoliberales extremas como las aplicadas en Chile dejan fuera de juego a millones de personas, sino que les quitan la posibilidad de futuro a generaciones enteras.

Y eso que desde 2010 los estudiantes vienen denunciando y promoviendo masivas protestas contra el sistema de educación pago, tildado de inequitativo e ineficiente.Primero contra Piñera, en su primer gobierno, y luego con su sucesora, Bachelet, en su segundo período. Precisamente en la inequidad social están las raíces de este problema que ahora le estalló en las manos a Pilñera pero interpela a todo el sistema político.

El economista serbio Branko Milanovic, conocido en estas regiones por influencia del recientemente fallecido periodista Marcelo Zlotogwiazda, es un especialista en el estudio de la desigualdad en el mundo.Toda su obra académica, que no es poca, la dedició a estudiar el problema desde sus primeros trabajos, en la desaparecida Yugoslavia, donde nació y se formó antes de emigrar a Estados Unidos.

A raíz de la crisis chilena, Milanovic escribió sendos tuits en los que detalla sus impresiones, basadas en informes certeros que ya había publicado en “La era de las desigualdades”. “Los datos de distribución de ingresos globales recién completados de 2013/2015 muestran que el 5% inferior de la sociedad chilena tiene el mismo nivel de ingreso que el 5% inferior de Mongolia y Moldavia mientras que el 2% superior tiene los mismos ingresos que el 2% superior de Alemania”.

Sin abundar demasiado, en ese contexto debía haber sido obvio que algo iría a ocurrir en algún momento cuando las variables fueran empeorando para los que más lejos están de esa Alemania trasplantada. Y en un gabinete de tecnócratas insensibles, como los catalogan los analistas chilenos, hubo dos declaraciones que resultaron el combustible.

“El que madrugue será ayudado, alguien que sale más temprano y toma el metro a las 7 de la mañana tiene la posibilidad de una tarifa más baja”, propuso el ministro de Economía Juan Andrés Fontaine.

“Las flores han tenido un descenso en su precio. Así que los románticos que quieran regalar flores en este mes, las flores han caído un 3,6%”, dijo Felipe Larraín, titular de Hacienda, al contar que el septiembre el costo de vida estuvo en 0%. Para rematarla, se sumó a su colega y señaló que los pacientes suelen ir al consultorio muy temprano porque “no solo van a ver al médico, sino que es un elemento de reunión social”.

El clima estaba muy áspero para este tipo de chanzas de adinerados que miran por sobre el hombro. Y la réplica a las protestas también fue brutal. Las filmaciones en las redes muestran la violencia de carabineros y miembros de las Fuerzas Armadas, incluso metiéndose sin orden judicial en viviendas particulares pera detener a personas que estaban carceroleando desde el balcón.

A tal punto la represión preocupa que directora para las Américas de Amnistía Internacional, Erika Guevara Rosas, le reclamó al presidente Piñera que garantice “los derechos humanos de estudiantes, manifestantes y todas las personas en Chile. La decisión de imponer un estado de emergencia, con el cual se ha desplegado al ejército para hacer funciones de seguridad en Santiago y otras ciudades, incluido el control de manifestaciones, solo incrementa el riesgo de que se cometan violaciones a los derechos humanos”.

Fuente: tiempo Argentino

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