8M: Por qué marchamos

Cada vez que marchamos, que nos sumamos a una movilización, que levantamos un cartel o coreamos como canción una consigna, tomamos la política en nuestras manos. Es poner el cuerpo como se pueda: desde la vereda o en el centro de la calle, desafiando el miedo a represión que es promesa repetida de este gobierno o rastreando lo que pasa en las calles en las transmisiones en directo; desde los balcones y las ventanas, de la manera posible. Poner el cuerpo y la voz en un acto colectivo que así, por colectivo, se vuelve potente, transformador de la propia experiencia y de quienes nos rodean. Marchar es reconocer la propia fuerza política.

Razones sobran para este 8MDía Internacional de las Mujeres Trabajadoras, una fecha que se conmemora desde hace más de 100 años -aunque quedó en el calendario internacional desde 1975- y que a partir de 2017, se convirtió en un llamado a la huelga feminista y transfeminista no sólo para poner en agenda las condiciones de trabajo remunerado y la brecha salarial entre los géneros; también para hacer visible el trabajo no pago: esas tareas indispensables para la reproducción de la vida que hacen mayoritariamente las mujeres.

Este año, el escaso reconocimiento para esas tareas que no se acaban nunca ha sido negado a través del fin de la moratoria previsional. Así, más del 75 por ciento de las mujeres que hoy tienen 60 años no llegarán a jubilarse porque no cuentan con los aportes necesarios. ¿Cuántas trabajadoras de casas particulares cuentan con aportes? ¿Cuántas vendedoras ambulantes? ¿Cuántas cocineras de comedores populares? ¿Cuántas amas de casa -con todo lo anacrónico de esos términos?

Marchar este 8M es sostenernos en esa precariedad a que nos someten, es abrazar la lucha de jubilados y jubiladas, es decirles a quienes no llegan a ese derecho básico que seguiremos caminando hasta que se consiga. Que no olvidamos. Que no nos vamos a resignar al individualismo, al sálvese quien pueda ni a la competencia mercantil como única forma de (no) convivencia.

Este 8M sigue en continuidad con la masiva movilización del 1º de febrero, antifascista, antirracista LGBTIQ+. Es un Paro Internacional Transfeminista también antifascista antirracistaantipatriarcal anticapitalista. Todos esos “antis” nos reúnen en una puesta de límites a la crueldad que deja morir a quienes necesitan ayuda, que desarticula las políticas de vacunación, desfinancia la salud pública, no dedica presupuesto para los tratamientos de VIH, hepatitis, para las personas trans, o tienen cáncer. Una crueldad que festeja el daño que produce, que se ríe de insultar a una artista, una intelectual, un periodista.

Que promueve la timba financiera entre niños y niñas de 13 años, al mismo tiempo que los demoniza como causantes de la inseguridad. ¿Y cómo se protege a les niñes? ¿Quitándoles las becas de ayuda escolar, la educación sexual integral? Más de un millón de niños perdieron la AUH este año, sea por despidos o por nuevos cálculos del Anses. Esos “anti” que nombramos nos reúnen para decir basta al intento de negar la violencia por razones de género porque así como la niegan, también la alientan. Para exigir un freno al saqueo de la tierra de los pueblos originarios, a la persecución y estigmatización a que los someten. Si hay un enemigo interno no son ni las personas migrantes, ni las disidencias sexuales, ni el pueblo mapuche o wichíel enemigo interno es el que declaró que quiere destruir el Estado, que se niega a hacer obra pública, que sostiene su famoso déficit fiscal cero recortando políticas de cuidado, alimentos a los comedores, presupuesto a las universidades públicas.

Marchar, este 8M, es un modo de la autodefensa. Es pelear contra el desánimo. Es resistirse a que no importe que se multipliquen las personas en situación de calle y que encima las corran de las veredas como si fueran basura. Es acompañar a quienes no encuentran vacantes en los jardines de primera infancia porque no se construyen más jardines de primera infancia. Autodefensa, sí, porque de alguna manera hay que desafiar a esa tristeza enorme que provoca que los derechos de las personas que tienen alguna discapacidad hayan “retrocedido 70 años”, como analiza el informe ‘La cocina de los cuidados’, elaborado desde el CELS.

Marchar es reconstruir ese lazo común que nos permite reconocernos en otres. En el deseo una justicia que no proteja siempre a los mismos, a quienes ya lo tienen todo. En las ganas de disfrutar del ocio y no trabajar siempre a destajo sólo para sobrevivir. En la interdependencia que nos permite intercambiar cuidados y ternura. Nos reconocemos también porque habitamos este suelo con sus muchas contradicciones y hemos atravesado crisis y conflictos y seguimos luchando, porque queremos equidad y reconocemos el valor de las diferencias, de las disidencias, porque hay un barrio o una tierra, la esquina de un pueblo, una playa que reconocemos como propia. Compartimos territorio y deseo.

Este 8M marchamos por las vidas que queremos, las que tenemos que diseñar, y contra el proyecto destructivo de un gobierno pretende quitarnos hasta el suelo bajo nuestros pies.

Fuente: El Destape

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