Príncipe azul vs. vida real

Príncipe azul… dos palabras que enlazadas, aluden a un ideal-real que persiguen muchas mujeres… Sin embargo, otras manifiestan su abierto escepticismo… Ante esta realidad, realicé una encuesta con una única pregunta: ¿crees o no en el Príncipe Azul? Éstas son algunas de las respuestas más representativas.
“No creo en los príncipes azules, sólo existen en los cuentos de hadas… ¿por qué? En los cuentos son perfectos, pero en la vida real, ¿quién es perfecto? Nadie, diría yo”.
“Eso de los príncipes azules es una mentira que nos contaron cuando éramos chiquitas para complicarnos la vida”.
“Sé que no existe, pero… ¿qué mujer no se sintió impotente en algún momento de su vida y soñó con que mágicamente la rescataran?”
“En la vida real, el príncipe azul no es el valiente y apuesto joven de los cuentos de hadas que todo lo puede y es perfecto, es alguien imperfecto que te ama y eso lo convierte en príncipe. ¡Los príncipes, sí existen!”.
Nuestras primeras lecturas infantiles nos moldean para que esperemos un inapelable futuro feliz: la llegada del mítico príncipe azul. Quienes están en temas de género se rebelan ante esto y consideran que sólo sirven para atontar a las niñas. Pero, en los cuentos de hadas, como en las leyendas y los mitos, hay personajes recurrentes. Carl G. Jung apeló al concepto de arquetipo, para referirse a esos modelos de la personalidad que se reiteran desde tiempos antiguos y son una herencia común a toda la humanidad; el príncipe azul es uno de ellos. Los cuentos de hadas y los mitos son como sueños compartidos que provienen del inconsciente colectivo.
En este sueño colectivo, se supone que el príncipe azul (que naturalmente es apuesto, valiente, galante y varonil) nos rescatará de la telaraña de la rutina o el caos cotidiano, hará que se desvanezcan los problemas, tendrá el poder de convertirnos en la encantadora princesa oculta en nosotras y nos facilitará concretar lo que siempre deseamos ser.
Como contrapartida, históricamente a los varones no se les enseñó a ser príncipes azules. Se los educó para que se convirtieran en guerreros, conquistadores, colonizadores o reyes, y para eso debían ser ambiciosos, calculadores, fuertes, aventureros, astutos, impasibles, incluso promiscuos y no sensibles – eso se considera una debilidad en la cultura masculina-.
Al mismo tiempo, los arquetipos pueden considerarse símbolos de diversas cualidades humanas. Por eso, aunque el príncipe azul en la literatura y el cine está muy idealizado, las mujeres deberíamos saber que el concepto “príncipe azul” no hay que tomarlo de manera tan literal, porque es una metáfora que, por un lado, hay que entender y, por otro, tomar con pinzas para no lastimarnos.
Cuando se llega al final de un film o de una novela, que incluyó infinidad de obstáculos, y la pareja se besa con un fondo de amanecer –como en Orgullo y prejuicio-, todos suponemos que la felicidad de ambos está asegurada. Pero los “y vivieron felices” son finales inciertos y nadie escarba demasiado en ellos. Nunca sabremos si en la noche de bodas la princesa descubre que su príncipe azul ronca como un serrucho o por la mañana tiene un aliento perruno, o si luego él continúa con la costumbre de irse a cazar durante días y la deja sola y aburrida en el inmenso castillo…, o ella descubre que él no se baña luego de regresar de la cacería y se mete en la cama con un incuestionable olor equino…, o deja su ropa tirada por todos lados y las toallas húmedas sobre la cama y ni qué hablar de la pasta de dientes o la tapita del champú…
Creo, que en los cuentos de hadas, sólo se muestra la faceta idealizada del arquetipo y se omite la que está en sombra. Esto nos lleva a indudables conclusiones erróneas, por tener la parcialidad de la historia y no la totalidad, con el lógico sufrimiento que eso implica. En la vida, el choque entre lo ideal y lo real es lo que da sentido a muchas cosas, lo que nos permite conocernos mejor y lo que nos lleva madurar.
Tal vez las niñas puedan creer en absolutos. Las mujeres ya no. Si reflexionamos y somos sinceras con nosotras, es probable que aquí y ahora no necesitamos un príncipe azul con todo lo eso que implica en los cuentos de hadas. Probablemente, la idea de un príncipe que nos adora sólo por nuestra apariencia nos pondría en crisis. Tal vez es más saludable dejar los estereotipos e idealizaciones de lado.
Si llegado el caso nos encontramos con alguien que hace latir de prisa nuestro corazón, tratar de ver si es o no… un príncipe o nuestro príncipe azul. De lo contrario, Agua que no has de beber, déjala correr. A lo mejor, ese príncipe, que no te atrae o que te complica el alma y la vida, es un príncipe para otras princesas o para otros príncipes.
En un encuentro de mujeres llegamos a esta conclusión: el concepto de “príncipe azul” depende de las particulares y modo de vida de la mujer que lo percibe como tal.
He conocido a muchos “príncipes”, y creo que numerosos hombres pueden tener algunos atributos del “príncipe azul”. Una mujer me dijo: “Ya sé las cualidades que quiero y las que no deseo en una pareja… Elijo estar con el hombre que más se aproxime a lo que considero un príncipe azul. Aunque a veces ese príncipe se convierta en un ogro, disfruto y adoro los momentos en que puedo llamarlo ‘Principe´”.
Cuando un hombre y una mujer se quieren y descubren en el otro rasgos admirables, y son conscientes de los tolerables, que los hacen desear estar juntos, eso es lo más cercano a un cuento de hadas… ahí se hace presente el príncipe azul. ¿Qué opinás?
*Couch de escritura. Coordinadora de los Talleres “Había una vez…” de Escritura Creativa y Autoconocimiento.

Fuente: Perfil

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