30 años de Democracia

Un 30 de octubre de 1983, hace exactamente 30 años, Raúl Ricardo Alfonsín alcanzaba la presidencia de la República Argentina, luego de 7 años, 8 meses y 15 días de dictadura militar. El candidato de la UCR se impuso por el 51,75% de los votos contra el 40,16% del peronista Ítalo Argentino Lúder, quien fuera presidente del Senado durante la presidencia de Isabel Perón. Alfonsín quedó convertido en el primer candidato radical en derrotar a un justicialista en un cara a cara presidencial.

El 6 de diciembre, la Junta Militar de Comandantes Generales se disolvió y el 10 de diciembre, en el día internacional de los Derechos Humanos, Alfonsín recibió la banda presidencial de manos de Reynaldo Bignone, el último genocida, que escapó vestido de civil por la puerta trasera de la Casa Rosada. Posteriormente, Alfonsín habló desde el balcón del Cabildo a una multitud exultante: “Vamos a asegurar desde hoy la democracia y el respeto por la dignidad del hombre en la tierra argentina. Vienen tiempos duros y difíciles, pero no tengan ni una sola duda; vamos a arrancar, vamos a salir adelante, vamos a tener el país que nos merecemos, y no porque nos gobiernen unos iluminados, sino por esto, por esta unidad del pueblo”.

Desde que el golpe militar derrocara a la viuda de Juan Domingo Perón, en marzo de 1976, el político chascomusense alternó la defensa legal de las víctimas de la represión militar, solicitando el hábeas corpus para detenidos sin cargos y en nombre de otros desaparecidos, con una cautelosa actividad partidista. Además, realizó varios viajes a América Latina, Estados Unidos, Asia, la URSS y Europa Occidental, donde frecuentó a los dirigentes de la Internacional Socialista.

La muerte de Balbín en septiembre de 1981 convirtió a Alfonsín en la indiscutible primera personalidad de la UCR, que como partido pasó a perfilar ante la sociedad su distanciamiento del peronismo y por su actitud radicalmente crítica con las prácticas de la dictadura. En su campaña, fue el candidato que más claramente habló sobre el futuro papel en democracia de las Fuerzas Armadas, como institución subordinada al poder civil y en particular a él como comandante en jefe en tanto que jefe del Estado.

El miércoles 26 de octubre, Alfonsín -a quien los observadores políticos consideraban el eventual perdedor de las elecciones- y su compañero de fórmula, Víctor Hipólito Martínez, pusieron el broche de oro a una campaña triunfalista encabezando a una multitud de 800.000 personas en la Plaza de la República, al pie del Obelisco.

En su discurso, Alfonsín sostuvo: “Se acaba la dictadura militar. Se acaba la inmoralidad y la prepotencia. Se acaba el miedo y la represión. Se acaba el hambre obrero. Se acaban las fábricas muertas. Se acaba el imperio del dinero sobre el esfuerzo de la producción. Se terminó, basta de ser extranjeros en nuestra propia tierra. Argentinos, vamos todos a volver a ser dueños del país. La Argentina será de su pueblo. Nace la democracia y renacen los argentinos. Decidimos el país que queremos, estamos enfrentando el momento más decisivo del último siglo. Y ya no va a haber ningún iluminado que venga a explicarnos cómo se construye la República”.

“Así, lo que vamos a decidir dentro de cuatro días es cuál de los dos proyectos populares de la Argentina va a tener la responsabilidad de conducir al país. Y aquí tampoco nadie debe confundirse. No son los objetivos nacionales los que nos diferencian sino los métodos y los hombres para alcanzarlos. (…) Lo que vamos a decidir es cuál de los dos proyectos populares está en condiciones de lograr la libertad y la justicia social, sin retrocesos, para estas y las próximas generaciones de argentinos”.

Los resultados de las elecciones del 30 de octubre de 1983 causaron sorpresa dentro y fuera de Argentina, porque existía la opinión general de que el PJ, cuya militancia duplicaba al millón y medio de afiliados radicales, y sus organizaciones afines eran los principales damnificados de la ruptura constitucional de 1976 y de la represión subsiguiente, y que cabía esperar una justa “indemnización” en las urnas.

Los titulares de los diarios porteños fueron expresivos ese domingo: “El pueblo cierra el proceso” (La Época), “Termina la esadilla” (Crónica), “¡Llegamos!” (Clarín), “Victoria del pueblo” (La Voz), mientras el imperturbable y conservador diario La Nación titulaba “Se elegirá hoy en todo el país a las autoridades constitucionales”.

Las elecciones fueron fiscalizadas por el ministro del Interior de la Junta Militar, el general de origen libanés Jamill Reston, desde su “cuartel general” en la Casa Rosada. La prensa informó que en muchos colegios se acabaron en pocas horas las boletas de determinado partido, hurtadas masivamente del cuarto oscuro por militantes peronistas, y en otros se detectó la sustitución de las papeletas correctas de un partido por otras con errores semánticos de impresión que posibilitarían la impugnación del voto formulado con ella.

En todos los casos detectados, la “víctima” del sabotaje fue la UCR liderada por Alfonsín, que sin embargo triunfó ampliamente en Mendoza, Córdoba, la Capital Federal y en la poderosa provincia de Buenos Aires, bastión tradicional del peronismo. El “corte de boleta” determinó en la provincia de Buenos Aires una diferencia superior a los 100.000 votos entre los peronistas que votaron a Ítalo Lúder como presidente y los que se negaron a votar a Herminio Iglesias, para la gobernación de la provincia.

Muerto Perón, olvidada “Isabelita” y vencido el sindicalista Lorenzo Miguel, quien había acumulado demasiado poder, el peronismo se encontraba en su peor momento. En las legislativas, la UCR estableció también un precedente histórico al obtener 128 de los 254 escaños que componían la Cámara de Diputados, 16 más que el PJ y exactamente la mayoría absoluta. “El árbol del peronismo”, relataba un cronista extranjero, “ha sido sacudido desde su base y ahora no hay más que sentarse a esperar la caída de los dirigentes maduros y de los que desde abajo se veían podridos”.

Fuente: Perfil

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