A pasos de Once se encuentra el kiosco de Buba Thiam, de 44 años, proveniente de Dakar, la capital de Senegal. El hombre, llegado al país en 1996, representa parte de la primera ola de senegaleses que eligieron emigrar a América del Sur y su kiosco es un vivo testimonio de la mixtura entre las dos culturas. Allí los pedidos en español de los clientes se mezclan con las conversaciones en wolof de un grupo de senegaleses que se reúnen en el local un poco para ayudar a Buba y otro poco para compartir un momento entre compatriotas. Reunidos frente al televisor del lugar, miran un partido de fútbol. River, Boca y San Lorenzo son el tema de conversación. “No hablemos de River que eso no le va a gustar a Buba”, dice uno de sus clientes tratando de llamar la atención del compatriota. “Él es de Boca.”
Sentado detrás de su mostrador, Buba sonríe pero prefiere seguir concentrado en el ir y venir de su clientela. Entre un paquete de cigarrillos, una botella de agua y una recarga de celular, recuerda lo difícil que fueron sus primeros pasos en este país. “Al principio, yo no conocía a nadie”, cuenta. “Pero poco a poco, otros compatriotas vinieron y pude mantener el contacto con mi tierra de origen.” Como la mayoría de los senegaleses que llegan a la Argentina, se dedicó por muchos años a la venta ambulante. Durante ese tiempo logró reunir el dinero suficiente para alquilar el local. “Ahora tenemos más gastos que con la venta ambulante, pero también ganamos un poco más”, afirma.
La mayoría de los migrantes senegaleses que vienen al país son varones de entre 20 y 40 años, principalmente por razones económicas: mejorar las condiciones materiales de sus familias. Sin embargo, Berbarda Zubrzycki y Silvina Agnelli, dos investigadoras especializadas en la inmigración africana en la Argentina, recuerdan que “la idea según la cual los que migran son los más pobres y los menos instruidos, no es del todo verdadera, hace falta cierto capital para emigrar”, con el fin de derribar el mito del migrante huyendo de la miseria. Un hecho constatado por los investigadores europeos, y cada vez más evidente en el caso argentino, a causa del costo del viaje. “Aproximadamente 3.500 euros, pasaje de avión y visa”, según un joven vendedor ambulante entrevistado.
Por una cuestión de cercanía y rentabilidad el destino común es Europa. Países como España, Italia y Francia recibieron grandes contingentes de senegaleses. Pero ahora, desalentados por las leyes migratorias europeas, cada vez más restrictivas, comenzaron a ver a Latinoamérica, y más precisamente a la Argentina, como un posible destino.
Una comunidad solidaria
“Donde yo vivía, todos sacaban de su bolsillo para que el recién llegado pudiera vender en la calle”, precisa Dem Mamadou, 28 años y oriundo de Thiès, una ciudad ubicada a 70 km de Dakar. “Durante algunas semanas, no pagaban ni el alquiler ni la comida, hasta que la situación mejorara”, sigue.
Desde mediados de los años 2000, se estableció una red comunitaria muy solidaria, lo que permite a los recién llegados una rápida integración. En los noventa, la situación era muy diferente. Muchos de los senegaleses que llegaron en esa época, en realidad, no pensaban instalarse en el país. Buba Thiam, por ejemplo, pensaba atravesar las fronteras y llegar hasta los Estados Unidos. “No conocía nada de la Argentina, confiesa. De hecho creía que se hablaba en inglés”. Poco a poco, los migrantes se fueron acomodando y el “boca en boca” hizo el resto.
La travesía hasta llegar al país tiene escalas. Gran parte de los inmigrantes aterriza en Brasil, con una visa de turista obtenida en la Embajada de Dakar, y de esta manera luego atraviesan la frontera norte de la Argentina, aprovechando la “porosidad de las fronteras”, según palabras de Marta Maffia, investigadora del Conicet.
Es difícil saber con exactitud la cantidad de senegaleses que hoy viven en la Argentina, ya que el Indec no especifica el origen de las personas nacionalizadas y tampoco de los extranjeros en posesión de un DNI o residencia. Sin embargo, la Asociación de Residentes Senegaleses en Argentina (ARSA), que fue creada en 2007 ante la carencia de servicios consulares, estima que la cantidad de miembros de la comunidad llega a los 2.500 aproximadamente. Un número que podría ser aún mayor, contando a los inmigrantes que todavía están tramitando sus documentos.
El 3 de enero de 2013, la Dirección Nacional de Migraciones (DNM) argentina acordó una amnistía para los senegaleses que residían en el país de manera ilegal. En junio del mismo año, casi la totalidad de los inmigrantes presentes sobre el territorio pudo acceder a un permiso de residencia renovable por un año. “Una victoria histórica” según la ARSA, que lo vio como un gran paso hacia “el reconocimiento de la presencia senegalesa en la Argentina”.
Pero esta medida sólo benefició a los senegaleses que ya se encontraban en el país antes de la firma de la amnistía. “Para muchos de los que llegaron después, la tramitación de la residencia resulta todavía muy compleja”, precisa Patricia Victoria Gomes, desde la Mesa Nacional por la Igualdad.
De la literatura a la venta ambulante
En el barrio de Once, Faye, de 1,90 m, mira detenidamente a la gente pasar mientras ordena su mercadería, algunos cinturones y pares de anteojos a bajo precio sobre su exhibidor improvisado: una tabla de madera sostenida por caballetes. Por fin listo para una larga jornada de venta al aire libre. Esta escena era casi inconcebible hace algunos años en Buenos Aires, ahora es parte del paisaje. Como Faye, decenas de senegaleses han hecho suyas las veredas ya colmadas de la ciudad.
Hace un año y medio, Faye dejó Saint-Louis, su ciudad natal, situada al noroeste de Senegal, pensando en mejorar su situación económica migrando al otro lado del Atlántico. Alo largo de sus viajes, los emigrados tienen la tendencia de adornar su situación. Desde Saint-Louis, Faye soñaba al escuchar el testimonio de un amigo establecido en la Argentina que describía el país como un paraíso. Asu llegada, rápidamente se dio cuenta de que el panorama descripto no era más que una postal. “Este amigo vivía en un departamento muy modesto. Rápidamente comprendí que los emigrados idealizan su situación. Algunos hablan de su vida en ‘América’ y no en la Argentina, para mantener la confusión con los Estados Unidos”, precisa Faye, que jura decir la verdad frente a sus familiares. “Cuando llamo a mi hermano, quiero disuadirlo de que no viaje, para que termine sus estudios de Derecho en Senegal.”
Esta distorsión entre la realidad del emigrado y el relato armado se explica por la ilusión de la vida en el extranjero. “En Senegal, aquel que deja a su familia para ir a trabajar afuera es comúnmente considerado como un héroe”, resume Mustafa Sene, Presidente de ARSA.
Para los migrantes, la realidad económica se muestra menos idílica de lo previsto. El costo de vida es elevado y las ganancias de la venta ambulante son aleatorias. Faye lamenta haber abandonado sus estudios literarios en Senegal, pero prefiere filosofar sobre su situación, citando a La Fontaine: “Amenudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo”. Él todavía no está seguro del camino que quiere tomar. Como la mayoría de sus compatriotas, este vendedor se encuentra dividido entre la nostalgia que siente por su Senegal natal y el dinero que puede ganar aquí, para poder financiar la construcción de una casa en su país. Faye se toma las cosas con calma: “No se puede tener todo. Y a falta de pan buenas son las tortas”.
En el contacto con argentinos o con sus vecinos de vereda, vendedores peruanos en su mayoría, este joven de 28 años habla de su tierra de origen y se confronta a veces con un gran desconocimiento. “Aquí, la gente no conoce mucho sobre África. Un día, de hecho, ¡me preguntaron si vivíamos al lado de los leones!”
Corazón lejos
Si bien, para algunos, la emigración rima con crecimiento personal, para otros es sinónimo de gran frustración. “No dejé mi país para descubrir el mundo o pasarlo bien”, insiste Arfang Diedhiou, “sino para mejorar la situación económica de mi familia. Es mi responsabilidad”. Instalado en Buenos Aires desde hace seis años, Arfang es uno de los beneficiados por la amnistía firmada en enero de 2013. El hombre, de 32 años, sufre la distancia que lo separa de sus hijos, pues los ve crecer a través de Skype. Se consuela pensando que el dinero ganado aquí ha permitido financiar su inscripción en una escuela privada en la tierra natal.
Arfang hubiera preferido que su destino fuera Europa, más cerca de África y más rentable. La capital argentina se encuentra a 7.000 km de Dakar y el pasaje de avión cuesta muy caro. Pero está contento: a pesar de la inflación y la devaluación, pudo, después de años de vender en la calle, alquilarse un puesto en el “Paseo de compras” de la estación Constitución.
¿Volver a su país o traer a su familia a la Argentina? Arfang está todavía indeciso. Por ahora, se refugia en sus amigos, senegaleses y argentinos.
Primera generación
Si numerosos senegaleses lamentan haber dejado su país, otros ya se sienten como en casa en la Argentina. Se trata del caso de la familia Goudiaby, originarios del sur de Senegal.
Abba, el padre de la familia, es uno de los primeros senegaleses que llegaron. “En 1994, yo era el tercero”, asegura.
Este pintor industrial encontró rápidamente trabajo en la fábrica Ford, situación que ayudó mucho en su integración.
Para Abba y su mujer. Seynabou –quien pudo venir recién en 2000–, la adaptación fue difícil. “Ciertas personas piensan que una mujer negra es forzosamente una prostituta”, señala Seynabou. Y cuenta: “En la calle, muchas veces, me preguntaron cuánto cobraba”.
Para esta pareja, como para muchos inmigrantes senegaleses, el aprendizaje del español ha representado una tarea más que ardua. Pero es una dificultad que su hijo Omar (13 años) y su hija Aissatou (11 años) no conocieron. Los dos chicos nacidos en la Argentina tienen el castellano como su lengua. El francés, lengua de la institución escolar en Senegal, fue reemplazado por el árabe, idioma que aprenden en la escuela islámica de Buenos Aires.
Algunos datos de la tierra natal
Esos hombres morenos, altos y cordiales que comenzaron a cambiar el paisaje de algunos barrios porteños provienen en su mayoría de Senegal, un país de África occidental, ubicado en la península de Cabo Verde, en la costa atlántica de África. Limita al norte con Mauritania, al sur con Guinea Conakry y Guinea Bissau, al este con Malí y al oeste con el océano Atlántico. En su interior, en el valle del río Gambia se encuentra la República de Gambia. Es una gran llanura con numerosas altiplanicies donde impera el clima tropical, con temperaturas que oscilan entre los 21 ºC y los 26 ºC.
Los senegaleses son unos ocho millones de personas y viven sobre todo en la región occidental y el centro de su país. La capital, Dakar, tiene más de dos millones de habitantes. El 44% de los senegaleses vive en centros urbanos aunque la principal actividad económica es la agricultura. Tierra de gente joven: el 63% de la población tiene menos de 24 años. El promedio de fecundidad es de cinco hijos por mujer.
Senegal estuvo habitado en tiempos prehistóricos y quedan huellas arqueológicas de esas culturas. El islam se estableció en el valle del río Senegal en el siglo XIy hoy el 95% de la población es musulmana. Pero un cierto número de senegaleses son animistas y mantienen sus creencias ancestrales. En los siglos XIIy XIV, los imperios dominantes fueron los mandingas y jolof. Pero desde el siglo XV, Portugal, los Países Bajos, e Inglaterra compitieron para poner sus factorías y comerciar con esclavos. Hasta que en 1677, Francia terminó controlando en lo que se había convertido en un importante punto de partida del comercio de esclavos (la isla de Gorea, cercana a Dakar). Y después avanzaron sobre el territorio. El peso de la esclavitud fue tan decisivo en la constitución de ese pueblo que muchos de los rangos sociales remiten a ella.
Colonia francesa hasta 1960, el idioma oficial de los senegaleses es el francés. Pero su potente pasado histórico explica una diversidad de etnias y lenguas. La lengua de uso cotidiano comprendida por la mayoría es la de los wolof, que conforman el 45 por ciento de la población. Otros pueblos son los fulaní, los serer, los jola y los mandingas. Además, cuenta con una de las colonias blancas más numerosas de África.
Fuente: Diario Z