Mariel Fernandez: “De una mujer todavía esperan que pida permiso”

Son las diez de la mañana y la intendencia de Moreno está tapada por el humo. Los trabajadores municipales queman gomas en la calle, en reclamo del pago de sueldos atrasados y de un aumento que el intendente Walter Festa les prometió, pero que después de perder la elección dice no poder cumplir.

Por el conflicto, la recolección de basura está paralizada. Y en las oficinas municipales no hay atención al público.

En un mes va a asumir como nueva intendenta de Moreno Mariel Fernández, la primera mujer en ocupar este cargo y -en un hecho que se superpone y es el verdaderamente novedoso- la primera del conurbano salida de los organizaciones sociales: es referente del Movimiento Evita.

“Salida de los movimientos sociales” quiere decir, en este caso, formada políticamente en el proceso de construir organización popular. El Evita en Moreno tiene 55 comedores, armados con la impronta de centros culturales. Armó un instituto de formación de docentes, cooperativas de recicladores, de saneamiento de arroyos, casas de acompañamiento para los jóvenes con adicciones. Ha construido viviendas. Toda esa estructura está sostenida mayoritariamente por el trabajo de las mujeres. Y una parte de ellas va a acompañarla ahora en la gestión.

Mariel Fernández se crió en Cuartel V, que es como decir el conurbano del conurbano, una de las zonas de Moreno más alejadas del centro y de mayor pobreza estructural. Fue la del medio de tres hermanos: Elizabeth, Mariel y Emanuel. En su casa del barrio El Norberto -que recuerda como “una casillita”- su mamá tejía pullóveres a máquina. La madre había llegado desde Macía, en Entre Ríos,como la mayoría de los que poblaron el Gran Buenos Aires, desde las provincias. La vida en comunidad era algo que no necesitaba de argumentación: se imponía como el principal recurso para solucionar los problemas. “Cuando yo era chica ya los vecinos para todo se juntaban”.

Su infancia estuvo vinculada a un activismo de la iglesia, que en Moreno tenía a unos curas peronistas. A los quince años le propusieron hacerse cargo de la catequesis, con su hermana.

Cuando tenía 18 su padre murió en un hecho violento, de inseguridad. Una vecina que vio que la familia estaba muy mal incorporó a Mariel a la mutual de transporte El Colmenar. Creada como respuesta a la necesidad de tener colectivos en los barrios que pasaran con una frecuencia digna, la mutual puso en funcionamiento una línea que llegó a recorrer 23 kilómetros, desde el centro de Moreno hasta las más lejanas calles de tierra. La Mutual hacía también actividades con los niños, de apoyo escolar, y talleres. Mariel trabajaba en la recepción, vendiendo boletos, y coordinaba los grupos de jóvenes y las colonias de verano. Esa fue su experiencia de ingreso a la política.

Cuando El Colmenar entró en crisis pasó a trabajar a la Asociación El Arca, una ONG de infancia que en aquel momento tenía hogares. Era una de las coordinadoras de la Casa de Varones, donde conoció a quien sería su primer hijo, Jonathan, al que adoptó con cuatro años y medio; (hoy tiene 23). Con Esteban Castro, su marido, titular de la CTEP, tuvo a su segundo hijo, León (de 16).

A fines de los ‘90, en el clima que preanunciaba el 2001, dejó El Arca para armar algo en el territorio. “Yo sentía mucha necesidad de irme a mi barrio , tenía muchas ganas de participar en algún ámbito que incidiera en lo que estaba pasando”. El hogar no participaba en política. La decisión fue también parte de una búsqueda de cómo salir “de la tristeza de no poder solucionar la historia de los pibes. Los quería mucho, pero tenía una tristeza constante”.

Con su esposo y otros compañeros cercanos armaron un primer comedor, el Poyi Cárdenas. Al nombre lo eligieron para recordar a un primo que murió tambièn asesinado en un hecho de inseguridad. Luego seguiría La Chicharra, el primer centro cultural que Mariel asumió enteramente bajo su cargo, cuando los hijos ya estaban un poco más crecidos.

Los 90 ya habían instalado los problemas alimentarios graves, los casos de desnutrición. “Los militantes nos preguntábamos si estaba bien dar de comer”, un debate que llevó su tiempo. De esa época, recuerda que “un compañero que era sociólogo y nos ayudaba con la formación política decía siempre que el problema no era dar de comer, que el problema era hacerlo sin debatir por qué no había para comer. ‘Uno tiene que hacer lo que tiene que hacer, el tema es debatir sobre lo que está pasando’. Ahí fue como que nos relajamos, nos quedamos más tranquilos. Hacíamos la comida y hacíamos lo cultural, con la gente del barrio”.

Con el tiempo, se centrarían en trabajar sobre la identidad. “Había mucho desprecio a los sectores populares… teníamos que ver qué hacíamos con eso, porque nadie construye desde la desvalorización”.

Fuente: Pagina 12

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