La increíble historia del “Mono” Bellisio y sus 40 campañas en la Antártida

Alto, ancho y con una tupida barba blanca, el enorme ser gentil que es saludado por todos en la Base Carlini no es Papá Noel, sino Carlos Enrique “Mono” Bellisio, que a los 65 años acumula 40 campañas antárticas y todavía no se anima a ponerle fecha a su retiro como técnico especializado en biología.

Bellisio es formalmente un técnico ayudante científico del Conicet y del Instituto Antártico Argentino (DNA-IAA, Cancillería), pero para quienes hacen ciencia en la Antártida es una de las voces autorizadas a la hora se salir capturar peces con redes desde botes semirígidos o la experiencia necesaria a la hora realizar monitoreos o toma de muestras de la fauna antártica.

En la cocina del Laboratorio Dallman de la base Carlini, el “Mono” contó a Télam: “Mi primer viaje a la Antártida fue en el verano de 1976 cuando tenía 19 años y la de este verano es mi campaña número 40 después de 47 años, vengo diciendo hace un tiempo ‘esta es la última’ pero ya me cargan todos porque hace cuatro años que me estoy por jubilar y siempre termino viniendo porque es más fuerte que yo”.

“Mi padre -rememoró Bellisio- era biólogo especialista en peces antárticos, y cuando yo tenía 18 años empecé a tener ganas de trabajar para tener mi plata, un compañero del club me consiguió trabajo en la fábrica de colchones del tío pero en cuanto de lo conté a mi papá él me llevó al Instituto Antártico Argentino donde me tuvieron tres meses como asistente de laboratorio ganando experiencia y después me despacharon a la base Brown”.

“Brown es el lugar más lindo de la Antártida, no por nada se llama ‘Bahía Paraíso. Ahí pasé mis primeros cuatro veranos antárticos. Lo hice pescando para ver que tenían en el estómago las distintas especies de peces o anillando cormoranes de ojos azules, que es una tarea para que que me tuve que construir una especie de cazamariposas gigante, ayudaba en distintas investigaciones sin darme cuenta del paisaje, que es algo que me conmovió muchísimo cuando regresé en 2018 después casi 40 años”, resaltó.

“En mis primeros veranos antárticos”, resaltó Bellisio, “era muy pibe y me llamaban la atención otras cosas. Hay que estar en los pies de un pibe de 19 años al que lo suben a un Hércules, lo bajan en Ushuaia para subirlo a un buque para cruzar el Pasaje de Drake, después lo suben a un helicóptero y de ahí lo pasan a una lancha para llegar a destino, eso sólo ya era una aventura más grande que la que veía en los documentales de la televisión”.

“En mis primeros años también era más inconsciente de los peligros, por ahí me llevaban con un bote hasta una isla en la que estaba la ‘cormoranera’ (NdR: los cormoranes son aves acuáticas que capturan peces zambulléndose bajo el agua) y me dejaban solo a pasar el día tratando de anillar los pájaros, y yo terminaba subiendo elevaciones de decenas de metros de altura en las que me daba cuenta de lo resbaloso que era el suelo cuando me empezaba a patinar hacia el vacío”, agregó.

Bellisio remarcó que “en la Antártida se aprende haciendo todos los días lo mismo, adquirís una experiencia única porque no te queda otra que aprender; en 47 años participé de 40 campañas antárticas, unas 23 en la base Carlini, 6 en base Brown, 1 en base Cámara y después campañas en distintos buques, en 1983 con el ‘Irízar’, también en un buque pesquero para tareas de oceanografía en la zona de Isla Elefante, y después en el ‘Holmberg’ del Inidep”.

“Lo que sacó de lindo además del paisaje, el frío, las nevadas, la lluvia o el viento en la cara es la relación con los compañeros, la cantidad de amigos que se hacen para toda vida acá en la Antártida entre personas que quizá en el continente no se hubiesen dirigido la palabra, pero acá convivís cuatro o cinco meses y a esa persona le terminás confesando cosas que nunca le dijiste a un amigo de toda la vida”, valoró. de nuestros derechos por vía judicial.

El técnico indicó que “en un principio trabajaba en la sede del Instituto Antártico Argentino, pero después de once años con mi jefe nos mudamos a los laboratorios de Ictiología del Museo de Ciencias Naturales ‘Bernardino Rivadavia’, (ubicado en el barrio porteño) de Parque Centenario, que es donde procesamos en los meses de invierno las muestras que recogemos en la Antártida durante el verano; del trabajo de este verano subimos siete contenedores frigorizados al Irízar con cuyo contenido vamos a trabajar los próximos meses”.

“En 1983 a bordo del Irízar conocí a una técnica oceánica con quien nos casamos tres años después, y que ella fuese investigadora le hacía comprender por qué cada verano yo me iba a la Antártida; juntos tuvimos una hija que ahora tiene 31 años y que nació un 25 de diciembre por lo que debo haber estado en no más de 3 o 4 de sus cumpleaños, por eso mi idea a pesar de que los cruceros turísticos a la Antártida son muy caros mi idea es jubilarme para poder invitarla a hacer el viaje juntos y poder mostrarle todos esos lugares que me enamoraron y en los que pasaba los meses que no estaba con ella”, comentó emocionado.

Bellisio rememoró: “cuando en 2018 tuve la oportunidad de volver a Brown yo dije que accedía si me permitían trabajar también en la campaña 2022 en Brown porque me quería jubilar en la misma base en la que empecé, pero apareció la pandemia y el despliegue tuvo que ser en la base Carlini por lo que postergué la despedida para este verano que mis compañeros me sorprendieron colocando las dos placas con mi nombre a uno de los laboratorios de la base”

“Este que se va fue un gran verano y pensé que era la despedida que yo quería, pero como la jubilación del Conicet puede ser recién a los 67 queda una puerta abierta, yo noto que hay esfuerzos que ya se me complican más que cuando tenía 19, que caminar entre piedras con hielo ahora es más complicado que hace años, pero sigo teniendo el criterio para buscar o elegir los lugares de muestreo y la capacidad intacta para trabajar arriba los botes que hace que los chicos que vienen hoy como investigadores se sientan seguros trabajando con las redes de pesca”, señaló dejando la puerta abierta a una o dos campañas más.

“Es muy lindo ver que tus compañeros elijan ponerle tu nombre al espacio de trabajo, me llevo bien con todos acá en la Antártida y también con lo que desde hace trece años es la otra mitad de mi vida que es el blues; no toco ningún instrumento, no canto, pero tengo un montón de am

Consultado por el paso del tiempo, reflexionó: “con el paso de los años hay cosas que se notan, cuando vengo a la Antártida y entro al pañol de buceo y hay tres o cuatro buzos con los que capaz que nunca trabajé ellos igual se paran para recibirme porque ya saben quien soy; otra cosa que veo distinta es el glaciar de Carlini que antes era todo blanco y no se veían manchones oscuros ni las piedras de la costa, y otros cambios como esos en los que los que tenemos algunos años acá vemos los efectos del cambio climático”.

“En mi primer viaje a la Antártida en 1976 me dijeron que parecía un mono porque vivía haciendo monadas porque me gusta hacer reir a la gente y eso quedó; amo la Antártida y me gusta llevarme bien con la gente, y a partir de ahí fui ‘el mono'”, finalizó Bellisio

Fuente: Telam

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