Otorgan el “Nobel del Ambiente” a la cordobesa Sandra Díaz y al brasileño Eduardo Brondizio

Ella nació en Bell Ville, Córdoba, es bióloga y reconocida como una de las principales científicas ambientales del mundo. Él, en São José dos Campos, Brasil, y se lo considera uno de los principales expertos en los cambios socioambientales que se dieron en la región amazónica. Ambos llevan varias décadas trabajando (durante la última, en colaboración) para iluminar nuestro íntimo vínculo con la naturaleza, y para proponer “políticas y modelos de negocio que reconozcan nuestra dependencia y responsabilidad compartida en la trama de la vida”.

Por primera vez, dos voces del sur global, Sandra Díaz y Eduardo Brondízio, fueron elegidas para recibir el prestigioso Premio Tyler, establecido en 1973 para reconocer a líderes en el campo del ambiente y la sustentabilidad. Entre sus ganadores anteriores se encuentran figuras como la legendaria Jane Goodall.

“Sandra y Eduardo impulsaron significativamente nuestra comprensión de la biodiversidad del planeta, pero su impacto va mucho más allá de eso (…) Sus recomendaciones basadas en evidencias para proteger y utilizar de manera sostenible nuestros recursos naturales vitales son un ejemplo perfecto de cómo la ciencia puede generar un impacto real”, afirma el comité encargado de otorgarlo en un comunicado.   

Díaz es mundialmente reconocida por sus investigaciones pioneras sobre los rasgos funcionales de las plantas vasculares, sus respuestas al ambiente, y su impacto en los ecosistemas y el bienestar humano.

“Se dice mucho que la biodiversidad afecta los ecosistemas, o que la biodiversidad es la base de muchísimos aspectos del bienestar humano –explica la investigadora, autora de más de 200 trabajos que se encuentran entre el 1% de los más citados en su especialidad–. Pero la biodiversidad no es simplemente el número de especies, o una lista de nombres. Está formada por una variedad enorme de organismos, todos distintos entre sí. No los podemos tratar a todos igual, porque hacen cosas muy diferentes en los ecosistemas y reaccionan de modos muy distintos al ambiente. Tampoco podemos tratar a cada especie como un caso único e irrepetible, porque son demasiadas. Por ejemplo, hay alrededor de 400.000 especies de plantas vasculares [con tejidos especializados encargados del transporte de agua, nutrientes y sustancias orgánicas] conocidas por la ciencia. Entonces tomamos una vía de ‘complejidad intermedia’: nos interesan los modos generales, repetibles, de ‘ser planta’ para poder establecer normas generales de cómo esos estilos reaccionan a cambios en el ambiente (el clima, el uso de la tierra, la contaminación), cómo les hacen cosas diferentes a los ecosistemas, y representan beneficios y perjuicios para las personas. Para eso, nos basamos en rasgos físicos simples, pero muy fundamentales: tamaño y textura de la hoja y de la semilla, densidad del tallo, si es chica o grande, si crece y muere rápido, o si crece muy lentamente y vive muchos años, si ante un ataque de herbívoros se defiende con espinas, con sustancias tóxicas o impalatables, o no se defiende y ‘se deja comer´ porque puede compensar creciendo de nuevo muy rápidamente, si se escapa de la atención de los herbívoros por su tamaño muy reducido o vida muy corta…Así fue como en 2016 publicamos un trabajo describiendo el ‘espectro mundial de forma y función de las plantas’ (Díaz et al., Nature), una especie de panorama de trazo grueso de los diferentes estilos generales de ser planta en el mundo. Mirando las características se puede deducir qué tipo de polinizadores atraerán, si serán un buen recurso para la apicultura o forraje para el ganado… Lo mismo para iniciativas de captura de carbono: no todas las plantas capturan carbono de la misma manera, en general las que lo capturan muy rápido también lo retienen por poco tiempo. Todos estos son ejemplos de cómo las diferentes especies de plantas representan distintas fortalezas y vulnerabilidades ante cambios ambientales y también ofrecen diferentes oportunidades y problemas a grupos sociales. Nuestro trabajo procura ir más allá de repetir ‘la biodiversidad es importante’ para entender de qué manera lo son diferentes tipos de organismos. Y para eso desarrollamos el concepto de ‘contribuciones de la naturaleza para la gente’. Lo acuñamos en el contexto de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES, según sus siglas en inglés) con colegas de muchas disciplinas y también tomadores de decisión, líderes sociales y representantes de pueblos originarios. Intenta capturar todas las formas en que diferentes grupos sociales se vinculan con los seres vivos en sus propios términos”.

Uno de los aportes conceptuales de esta herramienta es precisamente reconocer que no hay una valoración universal de las contribuciones de la naturaleza. “Por ejemplo –destaca la científica–, a mucha gente le encanta que los pumas existan, pero otros sólo ven en ellos perjuicios. Lo mismo con los zorros, las comadrejas o los sapos. Si uno les pregunta a diferentes actores sociales, estos señalan diferentes beneficios y perjuicios. Los humedales filtran agua, regulan inundaciones, proveen muchas cosas buenas, pero al mismo tiempo favorecen la proliferación de mosquitos, que pueden ser vectores de enfermedades. Otro caso es el de las plantas y animales invasores, que en una proporción importante no llegaron a su nuevo territorio por sus propios medios. El jabalí europeo, el ligustro, la acacia negra,  el castor, para citar algunos que preocupan a la comunidad científica nacional, representaron beneficios muy claros para algunos actores sociales. Si ignoramos todo el espectro de valores que socialmente se atribuyen a distintos aspectos de la naturaleza, no vamos a entender cómo manejarla. Todo plan que se base únicamente en lo biológico tiene grandes posibilidades de fracasar”.

Primera científica profesional de su familia, Díaz reconoce que siempre se sintió atraída por la naturaleza. Desde muy chiquita, se perdía en el jardín o en los baldíos cercanos. Igualmente temprana fue su pasión por la investigación, y tanto la atraían las ciencias naturales como las sociales y las disciplinas artísticas. 

En sus estudios, aboga siempre por un enfoque inclusivo en la gobernanza de la biodiversidad. “Lo fundamental es entender que a la hora de decidir qué hacer con aspectos concretos del tapiz de la vida no hay una sola opinión autorizada y absolutamente correcta –subraya–. En el ámbito de la investigación biológica, podemos aportar conocimientos específicos sobre cómo funciona un ecosistema, sobre el estado de las poblaciones de una especie, sobre cómo cambios del clima o manejo los pueden favorecer o no, pero no somos el único sector que los valora positiva o negativamente en términos económicos, culturales o sociales. Cuando hay que decidir dónde y cómo establecer un área protegida, o cómo controlar una especie considerada nociva, o diseñar regulaciones para que determinadas actividades económicas no dañen a seres vivos, necesitamos sentar a la mesa a todos los actores involucrados. Esto es tanto porque sus voces merecen ser escuchadas (es ‘lo correcto’) como por razones prácticas, ya que si no hay una negociación, un acuerdo, puntos en común, las medidas no funcionan a la hora de la implementación”.

Por su parte, el trabajo de Brondízio se caracteriza por su visión interdisciplinaria. Integra análisis etnográficos, ecológicos y geoespaciales. Lleva tres décadas estudiando comunidades amazónicas para comprender en profundidad sus dinámicas socioecológicas y escuchar lo que pueden enseñarnos sobre la producción de alimentos, la sostenibilidad ambiental y la gobernanza en el Amazonas.

“Me dediqué a la ecología y la biodiversidad por mi historia familiar –cuenta, vía zoom desde los Estados Unidos–. Cuando crecí en Brasil, durante la dictadura militar, mi familia vivió la transformación del país. Mis bisabuelos eran inmigrantes y mis abuelos fueron agricultores. Pasamos de vivir en zonas rurales a las afueras de una urbe, y luego nos mudamos progresivamente a la ciudad durante la industrialización. Íbamos y veníamos entre la ciudad y el campo,  nunca dejamos esa conexión entre ambos mundos. Tuve mucha suerte de tener unos padres maravillosos, que nos relataron esa transformación. Pudimos advertir lo rápido que se transformaba el paisaje, cómo cambiaban los bosques, la velocidad en que la gente se trasladaba a las ciudades. Eso me hizo plantearme algunas de mis primeras preguntas, como cuál es el lugar de los pueblos rurales en un país en desarrollo y en transformación”.

Comprometido con el movimiento ambientalista alrededor de 1985, Brondizio decidió estudiar la Amazonia para comprender la migración entre áreas rurales y urbanas, y sus implicaciones para el ambiente y las personas que la habitan.

“La región tiene una amplia gama de comunidades humanas y es importante reconocer su diversidad, su resiliencia para enfrentar las presiones –explica–. Cada una de ellas tiene lecciones para ofrecer sobre su relación con la naturaleza, el increíble conocimiento que desarrollaron para gestionarla. Nos protegen contra las fuerzas del desarrollo, nos proporcionan agua, salud ambiental y biodiversidad. También hay comunidades recién llegadas que se estuvieron adaptando durante las últimas décadas. Podemos aprender de todos estos diferentes grupos, de sus prácticas y de cómo gestionan el ambiente, a respetar a otras especies y a ser más humildes, porque dependemos de la naturaleza en todo, en nuestros medios de vida, en la economía y hasta en la salud mental”.

A pesar de que reconoce que nos embarcamos en una senda muy riesgosa, el mensaje de Brondizio es esperanzador. “Cuando hicimos la Evaluación Global que se publicó en 2019, mostramos muy claramente que en este siglo empujamos a la extinción a entre 500.000 y un millón de especies –detalla–. Tenemos que ser conscientes de eso. El camino actual nos está llevando a un mundo muy empobrecido. El cambio climático se convirtió en el tercer factor por su importancia en la pérdida de biodiversidad; y en algunas regiones, en el primero. Al mismo tiempo, la biodiversidad en sí misma es nuestra mejor defensa contra los impactos del cambio climático. Los ecosistemas saludables pueden protegernos contra el clima extremo, las inundaciones, la sequía. Pero ahora lo sabemos y lo entendemos. Sí, el desafío es muy grande, pero es importante que miremos hacia atrás y reconozcamos los avances logrados. Hoy vivimos en un mundo que es mejor en muchos sentidos gracias a las inversiones que realizamos en el pasado. Nos libramos del agujero de ozono gracias al Convenio de Viena y el Protocolo de Montreal, firmados en los años ochenta. Por un lado, seguimos ejerciendo presión y perdiendo nuestros valiosos ecosistemas, de los que dependemos. Por otro, hay logros que debemos reconocer y aprovechar”.

Tanto Díaz como Brondízio rescatan la importancia de las ciencias sociales para salir de esta encrucijada. “Negarle importancia a las humanidades, las ciencias sociales, las ciencias ambientales o a cualquier ámbito de la ciencia que no sirva directa e inmediatamente a un interés del mercado es compatible con intereses sectoriales o con una miopía pasmosa, o con ambos”, dice Díaz.

“Entre otras cosas, este premio es importante porque es un reconocimiento de las dimensiones sociales de la crisis climática y de la biodiversidad, y del papel y las presiones que enfrentan los pueblos indígenas y las comunidades locales –agrega Brondizio–. Existe un estereotipo sobre las ciencias sociales que se sostiene en muchos grupos políticos y es una caracterización errónea. Cada problema ambiental, económico o de salud tiene una base social. Y las humanidades intentan desentrañar las fuerzas sociales, las formas en que las personas responden, se organizan y aportan soluciones a los problemas. Así que esta visión tan estrecha de las ciencias sociales, como si estuvieran centradas en confrontar la ideología política, es de una gran miopía”.

Y concluye el científico: “No trabajamos para recibir premios. Abordamos estos temas porque creemos que son importantes. Esta distinción crea un diálogo relevante para la humanidad. Me honra que sea un reconocimiento de que debemos abordar esta encrucijada de manera colaborativa. Como lo es cada parte de mi investigación: pertenece a muchas personas, comunidades, familias, organizaciones y colegas”.

Sandra Díaz es profesora de ecología en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, e investigadora superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). También es becaria de la Martin School en la Universidad de Oxford. Nombrada como una de las 10 líderes intelectuales de 2019 por Nature, también es miembro de diez sociedades científicas, incluidas la Royal Society y las Academias de Ciencias de la Argentina, Estados Unidos, Francia, Noruega y América Latina.

En 2023, fue nombrada miembro del Consejo Asesor Científico del Secretario General de las Naciones Unidas. También lideró un grupo de trabajo internacional de más de 60 científicos para contribuir al Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal (2022), proporcionando directrices para las políticas globales de biodiversidad hasta 2030 y más allá. Junto con Josef Settele y Eduardo Brondizio, Díaz co-presidió la Evaluación Global de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos del IPBES en 2019, un informe histórico que presentó la evaluación más exhaustiva hasta la fecha sobre el estado de la naturaleza y sus contribuciones a las personas. Esta evaluación, llevada a cabo por más de 150 científicos de todo el mundo y aprobada por 137 países, destacó la alarmante tasa de pérdida de biodiversidad. También participó en el primer informe conjunto entre el IPBES y el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) en 2021.

Brondízio es profesor distinguido de Antropología en la Universidad de IndianaBloomington, Estados Unidos. También es miembro del programa de Medio Ambiente y Sociedad de la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp) en Brasil. Co-presidió la Evaluación Global de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos del IPBES en 2019, liderando un equipo de más de 450 autores de más de 50 países. El informe sirvió como base para el Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal 2030.

Fuente: El Destape





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