El optimismo reduce el estrés, previene infartos y fortalece las relaciones. Es la llave para acceder a la superación personal, así como para estar cada día más cerca del éxito en los negocios. Ver el vaso medio lleno o medio vacío es tan sólo una cuestión de actitud. Para entenderlo con otras palabras, se trata, tan sólo, de hacer foco en algo tan esencial como natural en la vida del hombre: ¿quién no quiere ser feliz o vivir cada día mejor?
Ser optimista es asegurarnos ese final feliz, más allá de los dragones, las brujas y cualquier otra adversidad. Ser optimista es comenzar el cuento con el pie derecho, y transitar cada página dispuestos y confiados; más allá, incluso, de lo que finalmente resulte. Una mente smile, dispuesta a cultivar la esperanza, promueve, en todo sentido, la planificación, la producción, el proceso, el rendimiento y las ganancias.
Partamos de la idea de que, en todos los órdenes de la vida, los optimistas tienen más posibilidades de superar cualquier adversidad, así como de vivir más años y tener una mejor calidad de vida.
Son tan confiables los resultados de una mirada optimista que, en los últimos tiempos, el optimismo ha logrado despertar el interés de la ciencia. Y no sólo eso: así como lo interpretaron los profesionales de la salud y los precursores de la educación emocional, el mundo de los negocios también supo distinguir y sumar otros beneficios a los ya conocidos. El éxito está reservado para los optimistas.
Todos, equivocados o no, tendemos a ir hacia lo que, oportunamente, nos parece más saludable y placentero. Todos buscamos armonía, estabilidad, seguridad y bienestar. Habrá, entonces, que saber orientar la brújula hacia el norte indicado.
Opinan los expertos
Dirían las abuelas: “Ante todo, que no nos falte la salud”. Sobrados artículos científicos revelan que el optimismo no sólo previene enfermedades, sino que también facilita la cura. Según publicó pocos meses atrás la prestigiosa revista Stroke, el investigador Eric Kim, de la Universidad de Michigan, pudo demostrar que “una mirada positiva de la vida puede prevenir, incluso, la posible interrupción del flujo sanguíneo en el cerebro”. Kim estudió durante dos años a 6000 pacientes, hombres y mujeres cuyos niveles de optimismo/pesimismo evaluó antes de iniciar la investigación. En esos 24 meses hubo 88 casos de ACV. Todos ocurrieron en pacientes que habían registrado los niveles más bajos de optimismo.
Estudios previos al de Kim ya habían hallado una relación directa entre un pesimismo bajo y un menor riesgo de ACV, pero no estaba comprobada la asociación directa entre el optimismo y la prevención de la enfermedad. Kim, así como otros expertos en neurociencias, está convencido de que “los que esperan las mejores cosas de la vida toman medidas para fomentar su salud”. Cuando se produjo el reciente descubrimiento, declaró: “Creemos que, más allá de aspectos biológicos, el optimismo puede impactar de forma similar a la depresión”.
El destacado Aaron Beck, creador de un cuestionario que ayuda a medir estados depresivos, dice que “el interés moderno por el optimismo nace de la constatación del papel jugado por el pesimismo en la depresión”. Investigadores como Peterson, Selligman y Vaillant concluyen en sus estudios que “el optimismo tiene valor predictivo sobre la salud y el bienestar. Paliando el sufrimiento y el malestar de aquellos que sufren estrés o enfermedades graves”.
Aplicado al mundo laboral, Matthew Lieberman, de la Universidad de California, Los Angeles (UCLA), presentó un estudio donde muestra cómo las emociones dolorosas o negativas disminuyen la atención y el optimismo. Esto afecta áreas cerebrales ligadas con la motivación, el compromiso y las funciones cognitivas y ejecutivas, tan necesarias para la vida laboral.
Aunque recién ha sido investigado en los últimos 30 años, el optimismo es una emoción positiva propia del hombre de todos los tiempos. Una necesidad que se actualiza y se adapta a cada cultura, acorde con la “economía de la atención” de cada época.
Por algo será que hoy el mercado propone tantos libros, películas, charlas, cursos, conferencias y espectáculos teatrales que prometen ganar confianza en uno mismo, que refuerzan la motivación, la esperanza y la autoestima. Ganan espacio, al mismo tiempo, las empresas que entendieron que trabajar en un clima laboral estimulante promueve la producción y el rendimiento.
Foto: Max Aguirre
“Son varias las áreas cerebrales comprometidas con el optimismo -explica el doctor Carlos Logatt Grabner, experto en ciencias y neurociencias aplicadas al desarrollo humano-. La dopamina es el neurotransmisor relacionado con esta capacidad de imaginar una recompensa positiva. Nace en el tronco cerebral, avanza hacia el núcleo hasta llegar a los lóbulos prefrontales, donde se desarrollan las funciones más evolucionadas de nuestro cerebro. Con este baño químico, nuestra visión del mundo se torna más positiva”. La base biológica del optimismo da cuenta de que el optimismo es hereditario; pero, como tantas virtudes y fortalezas, también se puede aprender y enseñar. “En esta vía de doble mano, donde se juegan la razón y las emociones, tenemos la posibilidad de evaluar, modificar o resignificar los hechos o experiencias. Es por eso que podemos aprender y enseñar a ser optimistas”, asegura, a tono, el doctor Grabner.
Según Martín Seligman, psicólogo norteamericano experto y pionero de la psicología positiva: “El optimismo está muy relacionado con la responsabilidad que asumimos las personas ante aquello que nos ocurre… El optimismo consiste en tener la esperanza o la convicción de que, a través del actuar, uno podrá revertir cualquier adversidad. Lejos de ser una mera respuesta emocional o un pensamiento hacia las cosas, el optimismo constituye un enfoque de la vida que surge desde lo más profundo del ser”.
Entonces, ser optimista, en definitiva, es una elección vital. Es mucho más que la popular idea de “tener buena onda” o creer que, pese a todo, “está todo bien”. Por cierto, no hay optimismo sin sentido de realidad. Para decirlo de una manera positiva: optimismo es compromiso, aceptación, acción. “Para ser capaces de avanzar, tenemos que ser capaces de creer que tenemos por delante todas las posibilidades”, indica Grabner, quien sostiene que el sesgo o tendencia natural al optimismo lo demuestra “la creencia de que el futuro será mucho mejor que el pasado y el presente”.
Creencia vs. actitud
Nuestra mente es “explicativa”. Esto quiere decir que, frente a los hechos y las circunstancias de la vida, nuestro cerebro elabora supuestos, relatos, opiniones y creencias que dan sentido a lo que nos ocurre y a lo que sucede a nuestro alrededor. Construimos así una visión de la realidad, acorde con nuestras posibilidades, emociones y experiencias (ver recuadro ¿Optimista o pesimista?).
Quien ha tenido experiencias negativas o sensaciones de fracaso probablemente construya un perfil mucho más pesimista que aquel que, pese a las dificultades, persiste en sus deseos y busca nuevos caminos para llegar al objetivo.
Tal vez, en algún momento de la vida, debamos preguntarnos cómo sentimos, cómo pensamos, qué buscamos… De hacerlo a conciencia, es probable que descubramos que es posible encontrar nuevas rutas y dar un armonioso y prudente giro de timón. El optimismo es socio de la resiliencia (capacidad de revertir hasta las situaciones más traumáticas). Ya la ciencia ha explicado que, gracias a la neuroplasticidad, podemos desaprender lecciones o experiencias poco felices.
No obstante, son muchos los que se resisten a tener una mirada positiva porque creen que el optimismo es un recurso para disfrazar situaciones desagradables o poco placenteras, propio de las personalidades negadoras o, de alguna manera, evitativas. “Nuestra cultura pone muchas veces al optimismo en un lugar desvalorizado, en el sentido de que se lo impregna de un significado de ingenuidad, ignorancia, negación, ceguera.”, subraya Adriana Marcovich, directora de Szych, Marcovich y Asociados, consultora líder en programas de capacitación y coaching de empresas.
Es cierto también que la sociedad contemporánea -hiperexigente, insatisfecha, desesperanzada- da paso a cierta caravana de traficantes de ilusiones: discursos vacíos, mensajes analgésicos que no son más que falsas promesas, profecías o doctrinas con fecha de vencimiento. Pero el optimismo es una elección y, por sobre todas las cosas, un acto responsable. Tenemos la posibilidad de discernir quién nos dice qué y en busca de qué efecto.
Una sonrisa por aquí
Tal vez el fenómeno smile pueda ayudar a entender qué nos pasa con esto de producir, vender, comprar, contagiar, transmitir optimismo. ¿Cuántas satisfacciones, inyección de energía positiva y dinero habrá generado en todo el mundo esa carita amarilla y negra sonriente que ya forma parte el lenguaje? En todas sus versiones (guiñando el ojo y demás), es, sin lugar a dudas, el ícono más utilizado para comunicar nuestro optimismo y aprobación en los chats o mensajes de texto. La manito con el dedo pulgar alzado, dando su ok, escolta el primer puesto del ranking. ¿Es el optimismo el marketing de la vida misma?
Al parecer, más allá de los negocios, y apelando a los principios de la psicología y la comunicación, podríamos coincidir en que “son sensaciones y no un discurso de marketing; el optimismo no se dice: se provoca, se estimula, se contagia”, tal como creen Juan Pablo Sueiro y Matías Dutto, socios de Social Snack. Esta empresa de jóvenes emprendedores que utilizan las redes sociales para entender los nuevos comportamientos en relación con el consumo, llegó a facturar en 2011 un millón de dólares generando contenidos, entretenimientos y mensajes optimistas para las marcas (Nextel, IBM, Techint, Santander, entre otras) que integran su cartera de clientes.
Indudablemente, las grandes empresas saben que todo va más allá de vestir trajes de actitud positiva para mostrar elegancia y solvencia en el mercado. El éxito parece ser algo seguro cuando se aprende a vender una felicidad accesible, que conecte al hombre con el placer cotidiano y con el maravilloso mundo de las emociones.
Imposible olvidar la elección de dos importantes empresas de bebidas cola que supieron competir con las cartas del optimismo. Mientras una invitó al mundo a “destapar felicidad”, la otra jugó a invadir la ciudad con perritos de juguete que mueven la cabecita diciendo “Sí” todo el tiempo, sin parar.
“Una campaña que abraza la felicidad y el optimismo es una composición sensible. Impulsa comportamientos positivos, regala sonrisas y resultados”, sostienen Sueiro y Dutto, para quienes “en un mundo donde las marcas compiten por escasos segundos de atención, construir un vínculo que despierta alegría y contagia entusiasmo logra una apertura de corazón que establece una conexión emocional entre el consumidor y la marca”.
Por otra parte, si bien algunas personas aún se animan a tildar como género menor a los libros destinados a la autoayuda o superación personal, este tipo de producciones suelen liderar los rankings de venta. Por algo será. “Si bien tienen éxito otros géneros ligados a la investigación, la historia y la divulgación científica, se podría decir que los libros de autoayuda y superación están entre los más vendidos”, precisa Emilce Paz, gerenta editorial de Paidós, quien además destaca que este tipo de obras no sólo figura en el ranking de los más vendidos, sino que también “algunas perduran a través del tiempo y pasan a engrosar el fondo editorial; creo que eso es lo más importante”.
En este marco, no se puede pasar por alto el boom protagonizado por los periodistas, escritores, psicólogos y coachs que hacen programas de radio, televisión y llenan teatros con mensajes de esperanza.
Por citar un ejemplo de los últimos años, podríamos rescatar el fenómeno provocado por Verónica de Andrés y Florencia Andrés, madre e hija, creadoras de Confianza total. “El libro lleva 14 ediciones vendidas, lo que en ejemplares significa más de 60.000. Entre fin de 2011 y lo que va de 2012 llenaron tres veces el teatro Maipo”, confían los responsables de Editorial Planeta. Traducido al portugués, griego, holandés, italiano y alemán, el libro también supo ser una película distribuida por Sony Music.
Emilce Paz asegura: “Fenómenos como estos son una nueva oportunidad de los autores para tomar contacto y conocer los intereses de sus seguidores para generar nuevas investigaciones y miradas”. Por su parte, Juan Pablo Sagarna, director de Sportcases, basa su negocio en la creencia de que hay “vidas inspiradoras que pueden hacer su aporte a las personas y empresas que están continuamente en proceso de búsqueda y crecimiento.”
Desde 2002, Sportcases ha brindado más de 800 actividades (conferencias, workshops y cursos) en empresas e instituciones de América latina (Coca Cola, Telecom, Unilever, Bagó y más). “Generalmente -sostiene Sagarna- la palabra negocio tiene una connotación negativa en ámbitos del desarrollo personal, pero los adultos tenemos la libertad de buscar, y consumir aquello que según nuestra percepción es un buen negocio para estar mejor mental y espiritualmente”.
“Todos somos aprendices, conscientes o inconscientes; todo el tiempo buscamos el desarrollo de habilidades, queremos descubrir y apoyarnos en nuestras virtudes -continúa el director de Sportcases-. Dentro de este proceso hay herramientas que nos permiten sentir el disfrute del viaje que estamos emprendiendo”.
En la visión de Sportcases, se pueden lograr mensajes optimistas y promover las habilidades y fortalezas de cada quien cuando se logra sumar la teoría y la investigación con testimonios y vivencias saludables. “Las charlas más atractivas son las auténticas, las que se sienten genuinas -asegura Sagarna-. Son aquellas en las que las personalidades convocadas (o las que convocan) saben inspirar empatía, pasión, confianza y ofrecer la cuota de optimismo auténtica y necesaria para poner en marcha o, al menos, no apagar el motor interno de la actitud”.
Más que buena onda
Es negocio para las empresas entrenar empleados optimistas y motivados. “Todas las investigaciones demuestran que los optimistas suelen ser más persistentes en pos de las metas y perseveran en la búsqueda de soluciones y alternativas -explica Adriana Marcovich-. Parten de la base de que los problemas son circunstanciales y propios de cierta etapa de la vida de una empresa, del equipo, del rol que ocupan y demás. Los pesimistas, en cambio, corren el riesgo de caer más fácilmente en la desesperanza, resignación, el escepticismo y la depresión.”
Más allá del evidente negocio del optimismo, Marcovich prefiere decir: “El éxito de un negocio requiere optimismo”. Y explica: “Todas las teorías acerca del comportamiento aceptan la influencia y el poder que tienen nuestras expectativas sobre las consecuencias de nuestra conducta. Lo que imaginamos que pasará condiciona los sucesos de nuestras vidas. Iniciar un negocio, fundar una empresa, lanzar un nuevo producto, abrir una nueva sucursal, hacer una inversión, contratar más personal para crecer. son actos que tienen de modo subyacente una hipótesis basada en el optimismo”.
Un empleado o productor optimista y motivado suele desarrollar una buena percepción del pequeño logro, del avance, de la mejora continua; esto le permite un estado motivacional más elevado, una mayor satisfacción y una tolerancia mayor a la frustración. “El ser humano tiene todas las posibilidades de construir contextos más saludables, que faciliten el acceso al bienestar y el desarrollo, más allá de las conductas más primitivas o violentas que promueven la resignación, la parálisis y la desesperanza -sostiene, convencida, Adriana Marcovich-. La complejidad y los cambios por los que estamos transitando nos ponen delante una maravillosa oportunidad de lograrlo”.
Para las empresas, así como para el hombre en busca del sentido, el optimismo es oportunidad, más allá de cualquier sensación de crisis. Dicen los Social Snack: “Es urgente, en los tiempos que corren, impulsar la comunicación positiva. Humanizar las empresas. Abrazar causas que cultiven un sentimiento social. Diseñar movimientos que persigan objetivos nobles. Los clientes lo reciben encantados. Crean una corriente distinta fuera y dentro de las compañías. De esta manera, más allá de hablar de las características de los productos y de su diferencia con la competencia, lograr esta composición sensible que estimula la felicidad lleva a las marcas a conseguir seguidores y fans, en el buen sentido de la palabra”.
Del mismo modo en que lo están entendiendo los empresarios, Marcovich propone: “Todos deberíamos ver al optimismo como una conducta ligada a la esperanza, la motivación, la persistencia para alcanzar metas desafiantes o sortear obstáculos que puedan aparecer en el camino.
Por su parte, la licenciada Gabriela Carrea es psicóloga y tiene particular interés en la educación emocional y positiva como herramienta para pensar en la salud y el futuro de los niños. “Las investigaciones de Martín Seligman y su equipo -expone- nos indican que así como podemos cuidar a nuestros hijos de diversas enfermedades físicas, también podemos trabajar en la prevención de problemas en el estado de ánimo. Entrenar a los niños en un estilo explicativo optimista reduce los síntomas de pesimismo y/o depresión.”
La familia y el entorno próximo son, ante todo, la escuela más confiable. “Es de gran ayuda prestar genuina atención al modo en que nuestros niños interpretan las experiencias cotidianas en sus vidas -aconseja la psicoterapeuta-. Las dimensiones a tener en cuenta son: el alcance de una experiencia negativa, su duración y la responsabilidad que el niño se atribuye a sí mismo frente al resultado o lo ocurrido”.
En definitiva, hay que estar atento a los registros de atribución de “incapacidad o culpa” que pueden despertarse ante algo que no resulta como era deseado o esperado por el niño o los adultos. “Cuando el niño hace algo mal, hay tres aspectos por responder: ¿quién tiene la culpa?; ¿cuánto tiempo durará? y ¿en qué medida afectará al resto de su vida? Un niño pesimista pensaría del siguiente modo: Me fue mal en el examen de inglés porque no soy inteligente, nunca podré alcanzar los objetivos del colegio. Con este modo de explicar la situación se cierran las puertas al cambio y la posibilidad de exponerse a futuras situaciones de éxito que favorezcan su autoestima. Un modo alternativo de pensar la misma experiencia sería: Me fue mal en el examen de inglés porque no estudié lo suficiente o porque no se dieron las condiciones; la próxima vez tendré que prepararlo mejor. Los padres y maestros, claro está, somos responsables del desarrollo y del gran abanico de posibilidades que hay para modelar una misma situación. “Es importante -subraya Gabriela Carrea- comprometernos a reforzar positivamente los éxitos y logros; favorecer el entendimiento del fracaso como parte del aprendizaje; motivar e incentivarlos para que puedan lograr sus metas. De este modo favoreceremos su autonomía y autoeficacia, lo que generará un círculo virtuoso que permite que los niños se crean capaces para exponerse a futuras experiencia de aprendizaje.”
No es poca cosa saber que nuestros hijos y alumnos dependen de las cuotas de optimismo que podamos llegar a ofrecerles y que está en nuestras manos la posibilidad de darles los recursos emocionales necesarios para tener una vida saludable, tanto física como emocional.
¿CON CUAL TE IDENTIFICAS?
El psicólogo e investigador Martín Seligman distingue tres dimensiones o aspectos de los modelos explicativos que constituyen la figura del optimista y del pesimista: la permanencia (cuánto dura y persiste la mirada positiva), la amplitud (el alcance, el estado de ánimo, el contagio de ese optimismo o pesimismo), la personalización (de qué modo la persona explica lo que sucede, a qué o a quién atribuye las causas del éxito o el fracaso, etcétera)
Las teorías, el conocimiento y la experiencia de los especialistas consultados nos ayudan a descubrir ambos perfiles. ¿Con cuál se identifica? ¿Con qué frecuencia? ¿Cuenta con ambas cartas y juega con ellas según la ocasión? ¿Cree que puede modificar este modelo heredado o aprendido?
PESIMISTA
Tienden a resaltar lo negativo, lo faltante, lo insatisfactorio y ven un futuro desalentador. Suelen creer que tales situaciones serán para siempre o por largo tiempo. Suelen impregnar o contagiar los diferentes contextos de su vida (trabajo, pareja, familia) y, finalmente, se culpan a sí mismos por los eventos negativos o los depositan en variables sobre las cuales no pueden incidir.
OPTIMISTA
Las personas predominantemente optimistas, por el contrario, interpretan la adversidad como pasajera. Logran realizar una disociación, en cuanto a que un problema en cierto campo de la vida no será trasladado a otro (una dificultad en el trabajo no invadirá la armonía familiar, o viceversa, por dar un ejemplo). Por último, en cuanto a la personalización, los optimistas identifican factores externos que están causando la situación adversa, el problema o el dolor. Así, desde su autoestima y percepción de autoeficacia, elaboran conductas para enfrentar el mal momento.
Fuente: La Nacion