Cuando Jorge Bergoglio se convirtió en el papa Francisco, probablemente ya tenía en su cabeza los grandes lineamientos del pontificado que se iniciaba. Recomponer el diálogo de la institución católica con la sociedad y depurar-reformar a la propia Iglesia fueron dos caras de la misma moneda. Y la apoyatura doctrinal, que también podría nombrarse como política e ideológica, fue retomar las banderas fundamentales del Concilio Vaticano II, clausurado hace casi medio siglo. Precisamente porque en esa instancia fundamental, asamblearia, la Iglesia Católica decidió modificar la manera de enfrentar los temas de la sociedad (los pobres, la pastoral social, la justicia, la paz), para lo cual también tuvo que introducir modificaciones en su estructura de gobierno (más espacio a la “colegialidad episcopal”, por ejemplo), en sus modos de participación (mayor importancia a los laicos, entre otros temas) y hasta reformas en su vida litúrgica.
Aunque nunca lo explicitó de esta manera, las distintas manifestaciones públicas de Francisco y los pasos que viene dando al frente de la Iglesia Católica van dejando en evidencia que éste es su plan de gobierno. Ejecutado sin prisa, con prudencia, pero también con firmeza y sin pausa. Quienes conocen bien a Bergoglio, quienes estuvieron cerca del ex cardenal de Buenos Aires, saben que ése es el estilo que lo ha caracterizado a lo largo de toda su trayectoria. Ahora, todo parece indicar que el Papa está dispuesto a fijar posición en los próximos meses sobre el cuidado de la naturaleza y la ecología en una encíclica.
La insistencia de Bergoglio sobre el compromiso con los pobres expresa una preocupación genuina respecto de la esencia del mensaje cristiano que se traduce también en solidaridad con los migrantes, los desvalidos, los excluidos en general. Es un mensaje hacia la sociedad pero es también, y fundamentalmente, una advertencia hacia la Iglesia. “Quiero una Iglesia pobre y al servicio de los pobres”, dijo, de distintas maneras, en más de una ocasión. Pero también subrayó su deseo de que haya “pastores (obispos y sacerdotes) con olor a oveja”.
A través de su propio testimonio, que irradia austeridad, el Papa quiere también generar cambios en la Iglesia, en sus ministros. Fiel reflejo de eso fue el mensaje de Navidad que brindó a la curia vaticana, donde criticó desde la falta de alegría, la burocracia, la holgazanería y el activismo, hasta la formalidad por encima de la vida. Francisco sabe que una institución que no predica con el ejemplo carece de autoridad para hacer señalamientos hacia otros. Por eso también sus pedidos de perdón frente a los gravísimos abusos de los pedófilos eclesiásticos y las medidas adoptadas contra ellos.
Marcando diferencia con sus inmediatos predecesores, Karol Wojtyla (Juan Pablo II) y Jozef Ratzinger (Benedicto XVI), Francisco quiere también una conducción más compartida y “sinodal” (asamblearia) de la Iglesia. Por eso prefiere presentarse como “obispo de Roma”, “primero entre iguales”, antes que como Pontífice. Es también una forma de preservarse de los ataques que ya recibe y de las resistencias que, sobre todo los más conservadores, ensayan de distintas formas. Así lo hizo con un tema tan delicado para la Iglesia como lo es la familia. Convocó a un sínodo extraordinario de obispos (celebrado en octubre pasado) para abrir el debate sobre cuestiones tan delicadas como relaciones sexuales, separaciones, acceso a los sacramentos de los separados, etc. Y expresamente les dijo a los sinodales que no dejaran de plantear nada, que no tuvieran miedo, que hablaran de todos los temas con libertad.
Las resistencias están a la vista. Las conspiraciones están en marcha. También advirtió sobre esto en su mensaje navideño a la curia. Pero frente a esto Francisco se escuda, por un lado, en la opinión de los obispos reunidos en asamblea sinodal y, por otro, en la comisión especial de cardenales (“el grupo de los nueve”, conducido por su amigo el hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga) a la que designó para que lo asesore en la reforma de la Iglesia.
Bergoglio conoce bien que puede haber nuevas resistencias. Y está dispuesto a enfrentarlas también haciendo uso de su autoridad cuando lo considere necesario. Se sabe que es un hombre al que no le tiembla el pulso cuando tiene que tomar decisiones. Por un lado se apega a la ortodoxia doctrinal. No hay cambios de fondo en las cuestiones doctrinales, por razones tácticas pero también por convicción personal. Francisco no es un “progresista” ni un gran reformador. Pero al mismo tiempo avanza en las cuestiones “pastorales”, lo que equivale a decir, en la adaptación de la doctrina a los tiempos que corren. Y dialoga con todos, incluidos los teólogos de la liberación, que durante tanto tiempo fueron perseguidos y condenados por la institución eclesiástica. Esto no equivale a decir que acuerda con todos. De ninguna manera. Escucha, discute, saca sus conclusiones. Decide y actúa.
Por convicción propia, pero también atendiendo a una propuesta que el año pasado le hizo llegar el ex sacerdote brasileño Leonardo Boff, uno de los precursores de la Teología de la Liberación latinoamericana, se sabe que ahora Francisco prepara una encíclica sobre temas ecológicos y medioambientales. Se cruzan aquí varios motivos. Francisco de Asís, el santo que Bergoglio eligió como referencia para escoger su nombre como papa, se caracterizó por su especial cuidado de la naturaleza. Varias veces el Papa ha insistido en la responsabilidad que tiene el ser humano de cuidar el ambiente. Boff, que fue sacerdote franciscano, se convirtió en un militante ambientalista luego de dejar el ministerio sacerdotal y viene insistiendo en la importancia de que la Iglesia se ocupe del tema. Los apuntes que le acercó el año anterior al Papa forman parte de los borradores que ya circulan entre expertos vaticanos y que serán la base de la encíclica de Francisco sobre cuestiones ecológicas.
Según trascendió en ámbitos eclesiásticos romanos, el Papa pidió al cardenal ghanés Peter Turkson, presidente del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, y al secretario del mismo organismo, el obispo italiano Mario Toso, que trabajen sobre el texto de la encíclica que podría ver la luz en el primer semestre del año. Las mismas fuentes aseguran que el arzobispo Víctor Fernández, rector de la Universidad Católica Argentina, y el teólogo Carlos Galli, también argentino, dos de los asesores más directos de Bergoglio, están trabajando al mismo tiempo sobre el borrador de la encíclica.
Con este documento, el Papa se sumaría a un debate de mucha actualidad en el escenario internacional y que está siendo motivo de diferencias y conflictos en los organismos multilaterales y en foros especializados. Así Francisco asume otro frente concreto de protagonismo en la escena internacional que se agrega a sus acciones en favor de la paz y la justicia en el mundo.
La estrategia de Francisco podría resumirse en la idea de instalar a la Iglesia –en principio a través de su figura, pero intentando proyectar a toda la institución– en las cuestiones que a su juicio son centrales para la sociedad: pobreza, justicia y paz, y ahora ecología. Pero estas iniciativas están acompañadas de la clara certeza de que haciéndolo –y para hacerlo– la Iglesia debe cambiar ella misma. Por eso también los debates y las modificaciones hacia adentro. Una jugada audaz, no exenta de conflictos y que, según muchas opiniones, podría conducir a un nuevo Concilio (una suerte de gran asamblea mundial de obispos) para discutir una importante agenda de temas, entre los que se cuentan todos los mencionados. Después de ello, Francisco podría cerrar su ciclo imitando a Benedicto: renunciar en uso de todas sus facultades y con la certeza de haber hecho un aporte a la Iglesia y a la sociedad.
Fuente: Página 12