Es una realidad que se impone: las mujeres consultan más al psicólogo que los hombres. También son grandes consumidoras de libros de autoayuda, o de psicología, y leen más literatura relacionada con el mundo del amor y las emociones. La asimetría entre los géneros en todos estos temas es llamativa, por lo tanto, podemos hacer algún análisis.
Lo que se observa es que la mujer valora mucho la vida emocional, y eso es así en relación a su propia existencia y a los vínculos que va construyendo: está naturalmente siempre más atenta a sus sentimientos y emociones de la vida cotidiana. En general, en el universo del amor, son las mujeres las que primero ven y hacen saber que algo no anda bien, o que algo se está apagando, o que esa vida en pareja se va burocratizando.
La mujer valora mucho la vida emocional, y eso es así en relación a su propia existencia y a los vínculos que va construyendo La mujer valora mucho la vida emocional, y eso es así en relación a su propia existencia y a los vínculos que va construyendo
Son ellas también las que muchas veces captan primero las sutilezas de las emociones de sus hijos, de sus sentimientos, de sus cambios en el estado de ánimo. Es que vibran con su cuerpo en las emociones, propias y las de otros: el Yo femenino es un Yo predominantemente corporal, emocional e intuitivo.
A los hombres les cuesta más mostrarse vulnerables ante el terapeuta.
Yo, macho
El de los varones es un Yo más racional. Los hombres tienden a refugiarse más en la razón y el intelecto para resolver los conflictos del alma, y a veces, se dan cuenta demasiado tarde de que eso no ayuda en el mundo de los vínculos humanos. Las mujeres, no: sienten, y con un gran compromiso corporal en ese sentir. Se permiten más eso, tienen una gran predisposición a conectarse con esas vibraciones.
Cierta vez un paciente me decía: “Gervasio, mi mujer es un océano de emociones, a veces se me hace difícil, no la puedo parar cuando entra en esos estados”. Lo que se hace difícil a los hombres es mostrar carencias y vulnerabilidades frente a otros, exponerse en falta delante de los demás (un psicólogo, por ejemplo). Siempre hay un falso orgullo al momento de sacar y mostrar nuestros miedos, nuestras miserias. Somos varones, “los hombres no lloran”, siempre tenemos que afirmar nuestra masculinidad, los hombres vivimos un poco en guerra con el mundo. Y no es una caricaturización del género, es antropológico.
El de los varones es un “yo” más racional, tienden a refugiarse en la razón y el intelecto El de los varones es un “yo” más racional, tienden a refugiarse en la razón y el intelecto
En los varones, va la vida en todo. Tienen como cierta amenaza inconsciente sobre ellos: siempre presionados para ser exitosos, proveedores, guerreros; y eso hace que se pasen muchas cosas en el territorio de los afectos. “Armarse a sí mismo” es un tema permanente. Todo esto hace al varón más reticentes a pedir ayuda y entrar al consultorio.
Esa defensa casi no está en la mujer: suelen hablar de sí mismas, de sus tristezas, de sus frustraciones, con mucho más naturalidad. A veces esto las expone, es cierto; pero eso mismo es lo que hace que consulten más a los profesionales. Les gusta, disfrutan de hablar y pensar en las cosas asociadas a los sentimientos.
Las mujeres entran al consultorio y casi inmediatamente muestran sus emociones, llamemos a eso llorar o meterse de entrada y bastante profundamente en el problema que las acerca. Con los varones no, siempre hay un pequeño combate previo antes de abrirse y explorar su interior, de entrada miden fuerza con el terapeuta. Evalúan si del otro lado hay un guerrero, o una guerrera (depende el género del terapeuta) pero tardan mucho más.
Por otro lado, es importante resaltar que, para mí, al mundo del amor, lo sostienen mucho más las mujeres. A ellas, enseguida se les encienden las alarmas y empiezan a hablar, a “denunciar” que algo se está silenciando, o vienen a la consulta para ver cómo encarar esos problemas. Por supuesto que el instinto de maternidad –que para mí existe– o la experiencia corporal de tener un hijo, o las fantasías de ese acontecimiento si aún no se los tuvo, es determinante en todo esto que decimos: la simbiosis que se produce con los cachorros, hace y ayuda a que todo esté más “a flor de piel” en ese cuerpo que es capaz de producir una vida, de tener otro ser en su interior, a eso me refiero. La biología femenina genera toda una serie de predisposiciones en este aspecto.
Las mujeres tiene mayor inteligencia emocional.
Viva la diferencia
Ningún género es mejor que otro, simplemente ocupamos roles diferentes: en una tormenta, frente a un peligro extremo, timoneando un barco, los varones, podemos mantenernos más fríos, más racionales, allí en donde una mujer, quizá, sería devorada por sentimientos y emociones.
Son universos distintos y complementarios, buscamos esa diferencia: la mujer, hasta la más feminista, busca esa sustancia de control racional que los varones tenemos.
Y los varones amamos esa emotividad a la que se entregan ellas, con nosotros, con nuestros hijos, en eso está lo lindo de la vida. Son formas de respirar y vivir la realidad que nos rodea. Pero es claro que las damas, en el territorio de los sentimientos y emociones, tienen un plus. Tienen mucha más inteligencia emocional si se quiere.
Lo noto, lo veo cada día en mis consultantes. Se meten en ese mundo, y se angustian más, claro, tocan pequeños fondos muy seguido, y es por todo eso que suelen acercarse mucho más al consultorio.
Fuente: Infobae