Los golpes duelen. Pero también pueden herir –y mucho– las palabras, los silencios, el no registrar al otro, la indiferencia.
Para que esto ocurra, deben darse algunas circunstancias. La más importante es quién nos insulta, agrede o ignora. No es lo mismo que un ser querido nos desvalorice a que tengamos un cambio de palabras con alguien en la calle. Y si ese ser querido es la pareja…
Testimonio
Jamás pensé que cuando me separara me transformaría en una mujer completamente distinta y descubriría aspectos que desconocía en mí en todo ámbito. Es increíble cómo la imagen que tenía de mí misma se transformó con el tiempo. Estuve con Ignacio durante cinco años y desde los primeros tiempos fui víctima de violencia psíquica.
Que era “estúpida” por una cosa, “siempre la misma inservible” para la otra, “vieja” o “demasiado gorda” si comía, “demasiado flaca” si bajaba de peso. Recuerdo que llegó un momento en que se me hizo insostenible sentirme tan ínfima, torpe e insignificante como mi ex pareja me había hecho creer que era. Por suerte tengo buenos amigos y una familia que me apoya ciegamente y pude pedir ayuda para reencontrarme con mi autoestima. (Lucía, 32 años).
La pregunta que surge es: ¿por qué cuesta tanto reconocerlo?
Principalmente, porque la persona que agrede de esta manera no deja rastros visibles. La manipulación es progresiva y el arrepentimiento, aparentemente convincente.
Uno de los principales problemas es que comienza de una manera muy sutil, casi imperceptible. Claro que no aparece la primera noche ni a la luz de las velas pero poco a poco se va notando. No nos olvidemos que estamos frente a personas que saben manipular y son grandes simuladores. Poco a poco, y casi sin querer (¿queriendo?), llega la falta de respeto, las insinuaciones y las mentiras.
A esto hay que agregarle que generalmente la víctima no lo percibe, es decir, no se da cuenta del nivel de manipulación.
Aún más, muchas veces se pregunta: “¿Qué hice mal?” y se siente responsable de las palabras de su agresor.
Perfil de un manipulador
Para afuera, el violento es encantador, nadie sospecha. Al contrario, a quien miran con desconfianza es a ella, cuando se queja, “¡si él es un amor!”. O se aísla, no va a las reuniones, con lo que logra que su mujer no vaya más a ningún lado, porque le da vergüenza que siempre la vean llegar sola. Listo: ella es solo para/de él.
Para afuera, ella es un amor, un tesoro, se encarga de todo y de todos. Adentro, humilla, manipula, desalienta, todo es poco, nada la satisface y si él se queja, el entorno desconfiará: “si ella es amorosa”. Esto sucede porque el vínculo de afecto es muy fuerte y se produce una mezcla de fascinación, seducción y miedo.
A menudo se observa que las características de personalidad del agresor tienen un modo de expresión muy “comprador”, con discursos envolventes que llevan al otro a un estado de encantamiento. Igualito a las boas –que saben muy bien cómo seducir–, los violentos poseen una especie de “baile psíquico” para hipnotizar al otro.
Cuando estos componentes actúan en conjunto, ponen a la víctima en una situación de parálisis emocional. Este bloqueo va devastando la autoestima personal y lleva al aislamiento y al temor a contar las situaciones vividas. Aquí es donde se genera un círculo vicioso que genera aún más manipulación y más poder sobre el otro, y por lo tanto, más violencia. El problema es que no quedan evidencias claras, aunque sí registros internos.
Manipulación, amenazas, chantaje, acoso, humillación, desvalorización, control, celos, falta de respeto –a solas y en público–, indiferencia, descalificación de los valores del otro (desde religiosos hasta musicales).
Dentro de una pareja, la violencia psicológica incluye una gran variedad de conductas que el agresor ejerce a través del tiempo para lograr el dominio total sobre la relación.
Se debe actuar ante los primeros signos de alarma y pedir ayuda. No hay ninguna razón para tolerar el maltrato, ni motivos para sentir vergüenza. Hay mujeres y hombres de distintas características personales y de todas las condiciones socioeconómicas que la padecen.
Caso 1
—¡No doy más, me quiero separar!
—¿Adónde vas a ir? ¿Con qué dinero? Te van a comer los piojos, siempre fuiste una inútil… Y olvidate de los chicos, te los voy a sacar, ¡no los vas a ver más!
Caso 2
—¡Mira el vestido que me compré para la fiesta de mi prima! Estoy encantada…
—¿En serio me lo decís? Necesitás anteojos… Te queda horrible y te hace más gorda de lo que sos…
Caso 3
—Uy, me olvidé de pagar el gas.
—¿Sos idiota? No servís ni para pagar las cuentas.
Caso 4
“Jamás fui celosa hasta que conocí a Hernán. ¿Será por la pasión que me despierta este hombre? Es que siempre tengo que estar alerta. Suena el celular y se encierra en el baño para atender. Si me acerco cuando está con la tablet, enseguida cambia lo que está mirando, y ni hablar cuando estamos en la calle o en alguna fiesta, mira alevosamente a cualquier bicho que camina…”
Caso 5
Ella se prueba un pantalón.
—Deberías volver a entrar al quirófano para levantarte un poco la cola, mi amor. La tienes muy caída —le dice él.
—Pero todavía no hace ni seis meses que me hice las lolas y ni siquiera sé si quedaron como querías… —reponde ella.
—Sí, yo te pondría un poco más… y después habría que hacer algo con tu panza y con tus brazos. ¿Cuándo pides turno con el cirujano?
Caso 6
—Estoy preocupada por mi hermano, otra vez las cosas le están yendo mal —comenta Dani.
—Como siempre, igual que a tu viejo —dice Fer.
—No digas eso. Mi papá no tuvo buena suerte con los negocios y mi hermano hace lo que puede, lo que pasa es que las cosas no le salen bien —insiste Dani.
—¡Por favor! A tu padre jamás le gustó trabajar, por eso cambiaba de empleo todo el tiempo. Y tu hermano lo mismo. Son vagos —afirma Fer.
—No me gusta que hables así de mi familia, te lo digo siempre… —se defiende Dani.
—¡Pero tengo razón! Son vagos. No les gusta trabajar; jamás se preocuparon por crecer ni por tener algo, y vos sos igual. Igualita a ellos… así vas a terminar —asegura Fer, enojado y levantando la voz.
Caso 7
—El sábado al final nos reímos un montón. Lo pasamos espectacular. Charlamos tanto que se nos hizo cualquier hora. Además vino una amiga de Lola que vende ropa. Unas cosas divinas… zapatos, carteras, abrigos… ahhh y también una bijou increíble. Me extrañó no verte… ¿tenías otro compromiso?
—No, jamás me enteré. No me invitaron.
La violencia psíquica no duele físicamente, pero lastima emocionalmente.
Algunos comentarios los escuchamos desde pequeños, nos los dijeron nuestros padres, o los hermanos (y nadie los frenó) o algún familiar. Tanto nos acostumbramos a eso, y cuando en la edad adulta nos lo dice una pareja, ni reaccionamos, pues estamos acostumbrados: ya los naturalizamos.
Y lo que es peor: a menudo
, en el fondo les damos la razón. Los golpes duelen en el cuerpo, las palabras, en el alma, y la principal víctima es nuestra autoestima.
Extractos del libro “Dolorosamente. La violencia en la pareja, cómo reconocerla y terminar con ella” de Beatriz Goldberg (recientemente editado por Urano).
Fuente: Entre Mujeres