Pablo Hirsch es psiquiatra, terapeuta cognitivo y autor del libro Inteligencia para el bienestar (Ed. Sudamericana), en diálogo con Entremujeres mapea el camino hacia cambios positivos que desafían los estilos de vida actuales.
Algunos autores hablan de “felicidad” como sinónimo de “bienestar”. Personalmente, me gusta la definición que indica que la felicidad es un grado extremo de un estado emocional positivo; por lo tanto, es difícil sostenerlo en el tiempo. Pablo Hirsch es psiquiatra, terapeuta cognitivo y autor del libro Inteligencia para el bienestar.
Terapia Y Meditación
Para la medicina china el exceso de alegría era tomado como un desequilibrio del Shen (energía del corazón) que podía conducir al efecto contrario si actuaba desmedidamente. “Bienestar” es un concepto más suave que “felicidad” o “alegría”, menos efímero y, suponemos, menos intenso.
¿Se puede desarrollar una inteligencia más consciente para poder beber de la copa del bienestar? Hirsch se mete con los factores de la insatisfacción humana, con el agujero de la queja, la frustración por los sueños no cumplidos y los estancamientos que nos adormecen en la llamada “zona de confort”, esa telaraña que nos impide buscar lugares mejores que, intuimos, existen ahí donde nos animamos a soltar lo conocido. Inteligencia para el bienestar (Editorial Sudamericana), de reciente edición, se hace de historias de vida reales, cuadros sinópticos, estadísticas universitarias y mapas de ruta como “tips” para aumentar la satisfacción vital. Hablamos con su autor sobre dilemas de la vida moderna, ataduras psíquicas y búsquedas.
Cambiar nuestros hábitos de consumo nos hace más felices
– Desde tu punto de vista, ¿cuál es la diferencia entre “tener bienestar” y “ser feliz”?
Algunos autores hablan de “felicidad” como sinónimo de “bienestar”. Personalmente, me gusta la definición que indica que la felicidad es un grado extremo de un estado emocional positivo; por lo tanto, es difícil sostenerlo en el tiempo. En cambio, el “bienestar” es un estado emocional positivo relativamente estable. Esto puede incluir estados positivos intensos, como la alegría o la euforia, y otros más neutros, como la relajación y la tranquilidad. El bienestar presenta un juicio de valor por parte de la persona respecto de su nivel de satisfacción general con su vida. En su proceso de valoración, evalúa entre otros factores, cómo se siente en respecto de sus relaciones familiares y de pareja, su salud, su trabajo, sus actividades de autocuidado, entre muchas otras. Por eso, en los últimos años, muchos investigadores promovieron un cambio: empezar a utilizar el término “bienestar” en vez de “felicidad”, ya que el estado de felicidad sostenida en el tiempo es inalcanzable, mientras que el bienestar hace referencia tanto a una experiencia óptima como a un funcionamiento adecuado de de la persona, y por lo tanto es un estado emocional más alcanzable y “trabajable”.
– ¿En qué nos “confundimos” los humanos en esa búsqueda incesante de estar mejor?
Existe una diferencia entre lo que aprendemos, las creencias que desarrollamos respecto a la búsqueda de la felicidad y lo que realmente necesitamos para alcanzar mayor bienestar. Gran parte de lo que emprendemos durante nuestras vidas tiende a la búsqueda de dos grandes objetivos existenciales: hacer lo posible para sentirnos bien y hacer lo posible para que las personas que son significativas para nosotros se sientan bien. Esto queda reflejado en nuestro recorrido vital: desde que nacemos, desarrollamos habilidades cognitivas y motoras para interactuar con nuestro entorno y adaptarnos a él. A medida que vamos atravesando las distintas etapas, buscamos crear nuevos escenarios para sentirnos bien física y mentalmente. Esto nos conduce, muchas veces, a tratar de tomar mejores decisiones laborales, de pareja o vinculadas con las relaciones interpersonales o con el cuidado de la salud.
Sin embargo, los resultados de esas decisiones no necesariamente mejoran nuestro grado de bienestar porque recorremos el camino con una visión limitada, sin tener los recursos, los conocimientos ni las habilidades necesarias, y sin una guía conceptual para poder avanzar con eficacia. Un ejemplo: hoy sabemos que alcanzar el éxito profesional, tener altos ingresos o alcanzar la fama, son variables que tienen un impacto muy bajo en los niveles de bienestar subjetivo de las personas.
– Las neurociencias, ¿qué aportan a esta búsqueda?
Los neurocientíficos estudian los procesos normales del cerebro y su impacto en el comportamiento y las funciones del pensamiento, pero también investigan qué sucede con el sistema nervioso cuando las personas tienen trastornos neurológicos, psiquiátricos o del neurodesarrollo. La neurociencia ha hecho descubrimientos sorprendentes sobre el funcionamiento del cerebro en los últimos años. Sin embargo, es mucho más lo que no sabemos que lo aprendimos. A modo de ejemplo, la última década empezó con grandes metas para la psiquiatría: identificar biomarcadores de trastornos psiquiátricos, evaluaciones dimensionales para calcular la severidad y mejorar la detección precoz. El estado actual de la ciencia no lo permite porque aún no tenemos suficientes evidencias.
Algunos autores sugieren que se invierte mucho dinero en la investigación biológica y no lo suficiente en la psicológica y social. Allen Frances, psiquiatra que fue una de los que condujo durante años el desarrollo del Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM) que utilizan los psiquiatras para hacer diagnósticos, dijo “hemos aprendido en 30 años que podemos descubrir muchas cosas sobre el funcionamiento del cerebro, pero traducirlo para mejorar la práctica clínica es muy difícil. A día de hoy no creo que ningún paciente que se haya beneficiado de los avances en neurociencia. No hay nada más excitante que los descubrimientos en neurobiología y genética, pero aún no han ayudado a ningún paciente”. Personalmente, considero que la neurociencia tiene un enorme potencial y vamos a ser testigos de grandes descubrimientos en las próximas décadas.
– Tomo esta frase de Jodorowsky que aparece en tu libro: “Nadie vive en una realidad absoluta. Cada persona vive en el mundo tal cual es, más las proyecciones de sí mismo…” ¿Cómo manejar esas proyecciones para volverlas más constructivas y transformadoras?
Que los seres humanos tengamos la capacidad para la introspección no implica que tengamos la práctica regular de mirar hacia nuestro interior de forma consciente. ¿Quién soy en realidad? ¿Qué siento? ¿Cómo pienso? ¿Cómo me comporto frente a diversas situaciones? Preguntas simples con respuestas no tan evidentes. Sin embargo, necesitamos comenzar a buscarlas porque saber quiénes y cómo somos, además de comprender mejor los motivos que nos llevan a actuar, pensar y sentir de una manera determinada, nos permitirá trabajar aspectos fundamentales para vivir mejor. Conocernos es, entonces, el primer pilar del desarrollo de inteligencia para el bienestar.
Para organizar este proceso, se podría diferenciar el autoconcimiento en tres niveles:
* Recursos internos positivos, que incluyen las emociones positivas que prevalecen a diario, las fortalezas y los rasgos de personalidad positivos.
* Recursos externos positivos, que implican vínculos sociales enriquecedores, instituciones y grupos de apoyo, bienes materiales, monetarios y tecnológicos, y factores socioambientales.
* Objetivos vitales.
-¿Cuáles serían, para vos, algunas estrategias fundamentales para alcanzar bienestar?
Existen muchos caminos para alcanzar un mayor bienestar. Sin embargo, puede resultar de utilidad contar con algunas estrategias generales que fueron investigadas y le sirvieron a otras personas para desarrollar un mapa para empezar. En el libro las estrategias están organizadas en cinco pilares: autoconocimiento, regulación emocional, habilidades interpersonales, toma de decisiones y cambio de hábitos.
Menciono algunas que pueden resultar de interés:
* Invertí tiempo en tus amistades y en tu familia. De acuerdo con el Harvard Study of Adult Development (“Estudio de Harvard sobre el Desarrollo Adulto”) hay una alta correlación entre el bienestar, la salud y la intensidad de los vínculos con familiares y amigos. Dice, por ejemplo, que deberíamos ver menos televisión y utilizar ese tiempo para sobremesas más largas o planificar actividades con la familia el fin de semana.
* Tratá de pasar tiempo al aire libre en algún momento de la semana. El aire fresco de la calle no solo mejora nuestro humor, también amplía el pensamiento y la memoria. Basta con veinte minutos, por ejemplo, durante el almuerzo o al hacer deporte.
* Optimizá los viajes al trabajo. Según algunas investigaciones, vivir cerca del trabajo puede ser incluso más importante para nuestro nivel de bienestar que tener una casa grande. Hacer el mismo viaje dos veces al día, cinco días a la semana, hace que la incomodidad de la distancia se acumule con el tiempo.
* Agradecé lo que tenés y a los que tenés. Para desarrollar bienestar, uno de los mayores desafíos es hacerle frente al fenómeno de “habituación o adaptación”: cuando conseguimos algo se genera al inicio un efecto placentero que, con el tiempo, disminuye o desaparece. Los estudios indican que el mejor antídoto contra este proceso es practicar el agradecimiento.
* Trabajá para desarrollar un entorno social agradable. Rodeate, en lo posible, de personas poco conflictivas, que estén de buen humor o trasmitan serenidad. Algunos compromisos familiares y laborales son ineludibles; pero, si te queda tiempo, desarrollá nuevos vínculos con personas que presenten un elevado nivel de inteligencia para el bienestar. Los estados emocionales son contagiosos.
* Evaluá iniciar un tratamiento psicoterapéutico. Alrededor del 75 % de las personas que empiezan un tratamiento se benefician con él. Hacer terapia permite desarrollar un espacio de reflexión y, eventualmente, conlleva la posibilidad de cambiar conductas o afrontar problemas con una perspectiva diferente de la situación vital pasada, presente y futura de la persona.
– ¿Es más difícil en las sociedades actuales, llenas de sobre estimulación, competencia y estereotipos?
La evolución del bienestar responde a una combinación de factores biológicos, psicológicos, ambientales y sociales. Estos últimos se han modificado durante las últimas décadas a una velocidad mucho mayor que en el pasado. La definición de nuevos estereotipos de lo que significa éxito, las nuevas competencias para alcanzar determinados objetivos vitales y la sobrexposición a diversos estímulos comprenden solo una parte de los numerosos cambios sociales que impactan en nuestra capacidad para desarrollar bienestar. Respecto a la comparación social, es un hábito que tiene consecuencias muy graves para las personas y puede traer mucho malestar, incluso favorecer estados de intensa angustia o tristeza. En términos generales, puede resultar más favorable cultivar el hábito de registrar y reconocer nuestro crecimiento personal por medio de la identificación de nuevos recursos internos y externos. Esto nos conduce a jerarquizar, valorar y validar nuestro desarrollo.
Fuente: EntreMujeres