Simplemente ya no me ama. A pesar de que juntos supimos ser un equipo que parecía ser eterno e invencible.
Pero el destino nos jugó una mala pasada y finalmente sólo resultamos ser compañeros de vida por algún tiempo.
Un tiempo inolvidable, con todos los condimentos que una pueda imaginar. Hubo sueños, hubo proyectos, risas, canciones, caminatas por la playa, desayunos en la cama… hasta lágrimas.
Por varios años creí que no podría superar el dolor ni poder sobrellevar la angustia que había dejado en mi corazón su partida, su salida unilateral de mi vida…
Salida que arrasó con todo a su paso, que echó por tierra todos los sacrificios, las horas de espera…
Pasé por todas las etapas “lógicas” de un duelo. Eso es una separación. Un duelo, una parte nuestra que se muere y otra que se va. Se mueren las ilusiones, los proyectos no realizados, las ilusiones no concretadas…. Y él, la mitad que decide irse a vivir una vida en la que yo ya no era indispensable.
Costó tiempo, mares de lágrimas e interminables noches de desvelo aceptar que la promesa de estar a mi lado hasta el último suspiro se había evaporado.
Pasados más de dos años comprendí que existen muchas formas de amar. Incluso, que el amor incondicional, por definición, no necesita ser reciproco. Cuando se ama, se ama. Sin ver, sin tocar, sin escuchar.
Se ama, con el tiempo de otra manera… con más desesperanza al principio, como una larga agonía por ese amor que no regresa y luego… luego se ama desde lejos. Se ama mirando al cielo, sabiendo que lo compartimos. Se ama mirando a Frida, nuestra perra.
Se ama en los recuerdos que son el mayor tesoro que un ser humano puede poseer.
Uno aprende a cerrar los ojos, respirar profundo y besar a la distancia.
Aceptación. Esa es la “fase” en la que dejas de cuestionarte “cómo hace para vivir sin mi?” para pasar a pensar que si tiene que ser, el destino que nos unió y nos separó quizás haga que nos reencontremos. O no.
Aceptación es ya no esperar cada noche, es amigarte con el silencio y resignarse al fracaso pero con la satisfacción y la tranquilidad de saber que una se entregó y dio todo cuanto pudo y supo.
Entonces… cuando comenzas a aceptar también comenzas a sanar. Quedan heridas, claro que sí. Heridas que probablemente nunca se vayan. Pero que mutan, como el amor que nos tuvimos.
Heridas y amor que siempre voy a llevar en el alma, aceptando que ya no me amas, que ya no estoy en tu lista de prioridades y quizás hasta te hayas olvidado.
Acepté, y cuando lo hice entendí que debía agradecer ya que, más allá de los malos momentos, conocí la felicidad y así, cada día voy sanando un poquito más.
Frida y yo ya no lo esperamos, pero lo llevamos dentro y así será, hasta el “ultimo suspiro”.