“La rutina es publicitada como ese fármaco que solo nos envenena y nunca nos ayuda; se la considera el agujero negro que todo lo absorbe, el enemigo a destruir… y se olvida que nuestra mayor rutina suele ser la de intentar escapar de la rutina” por Valérie Tasso.
Si algo distingue, en cualquier orden de la vida, a un principiante de un veterano, es que el primero no ha adquirido todavía una rutina. La costumbre, en cualquier ámbito, es un carril, una autopista, un surco, una vía férrea que hemos extendido sobre el suelo de nuestra existencia para ordenar de forma conveniente nuestras acciones, juicios y procedimientos, de manera que estos se automaticen (es decir, que no nos exijan un constante cuestionamiento) y que sean eficaces (al menos de la manera más eficaz que hemos sabido encontrar hasta el momento). Es, por tanto, y no conviene olvidarlo nunca, un logro derivado de nuestra práctica. Por lo mismo, tocar una suite de Bach al violonchelo exige una rutina; intervenir una rótula fracturada exige rutina; y conducir un vehículo sin tener accidentes exige rutina…
Convivir en pareja durante un tiempo prolongado y sostener esa asociación afectiva, también exige rutina. El problema es que, en muchas ocasiones, esa optimización de nuestros hábitos, nos acaba paralizando e inhibiendo en la búsqueda de nuevas fórmulas. Es decir, nos resta improvisación. El miedo a abandonar el carril que nos ha guiado hasta aquí (el miedo a “descarrilar”), la incertidumbre que nos produce salirnos del profundo surco que han cavado nuestros pies en el suelo a fuerza de andar (el horror a delirar, en latín delirare, literalmente “salirnos del surco”), el terror al volantazo que nos pueda sacar de pista (el miedo a “despistarnos”), nos sujeta con la firmeza de una trampa de osos y nos acaba coartando de algo que es propio de nuestra condición humana: el ansia de “posicionarnos fuera de”.
La rutina pues, como el antiguo phármakon [fármaco en griego], exige medida; un exceso de rutina es un veneno, una carencia que nos impide estabilizarnos. Demasiada rutina nos deshumaniza por la automatización, pero sin ella seríamos novicios sin costumbres, es decir, pretendientes eternos que nunca alcanzan la maestría ni el sosiego.
La ambivalencia de la rutina también subyace en ese milagro social que es la creación y el sostenimiento de una pareja. La repetición es un privilegio y una conquista que la pareja alcanza en su recorrido conjunto, pero también el sepulcro que le dificulta ver y explorar su condición individual y conjunta de posibilidades.
Por qué no es posible (ni necesario) regresar a la euforia del inicio de una relación
En nuestros tiempos, en los que da la sensación de que todo debe ser lampedusianamente novedoso –o sea, cambiar todo para que nada cambie–, cualquier compromiso es percibido como el agua que se le echa al vino. La rutina es publicitada como ese fármaco que solo nos envenena y nunca nos ayuda; se la considera el agujero negro que todo lo absorbe, el enemigo a destruir… y se olvida que nuestra mayor rutina suele ser la de intentar escapar de la rutina.
Hoy se le exige también al amor (y por extensión, a la pareja) ser una fuente continua “de euforias”. Algo que procure satisfacción inmediata, que huya del perro rabioso de la exigencia y que sea siempre incompatible con lo “rutinario”. En consecuencia, cada vez más, acuden a mi consulta parejas de largo recorrido que vienen angustiadas porque sienten que han caído en la red de la monotonía y consideran que su sexualidad se ha resentido.
Sin embargo, cuando se les pregunta algo tan simple como: “Pero, ¿estáis bien?”, muchas parejas suelen contestar que sí, que se quieren, que hacen las cosas que les apetece hacer, pero que les falta algo… que podrían estar mejor. Y claro, lo que les falta es volver a ser principiantes, regresar a la euforia de que todo es posible (y nada seguro) que tenían a los tres días de conocerse; retornar a esa situación en la que todavía no habían conquistado el derecho a la rutina.
Es ahí donde conviene hacerles entender algo importante: la rutina no es un síntoma de que algo falla, sino de que algo se ha construido juntos. No se trata, por tanto de pulverizarla, sino de atreverse a no construirla de hormigón armado. La rutina de una pareja ha de ser sólida pero porosa, firmemente contenedora pero orgánica y osmótica. Hay que levantarla no como una empalizada de pinchos, sino como un hogar con ventanas.
Nadie puede ser más eficaz, y menos novedoso, que quien lleva toda la vida tocándote”
Y, una cosa más, y muy importante: la rutina, también contrariamente a lo que nos venden, nunca está acabada. Si no avanzamos más como pareja no es por culpa de ella, sino por culpa de que la hemos entendido como una conclusión de nuestra vida en común. Así que esa es una primera tarea; la de contrarrestar la presión ideológica que les señaló y les puso la rutina en la mira telescópica, sin darles mucho tiempo a pensar por sí mismos quién era el enemigo en base a un millón de artículos sobre “¿Cómo salir de la rutina?”, pero ni uno solo que les explique: “¿Qué es eso de la rutina?”.
El reto: devolver estabilidad al amor y suministrar novedad al sexo
Y una última consideración. Al amor, la rutina no le perturba en exceso, pero al sexo, en ocasiones, sí. El sexo adora dos cosas: la eficacia y la novedad. Y si tiene que elegir una sobre la otra, optará por la segunda. Nadie puede ser más eficaz tocándote, salvo que sea un zoquete o un cretino integral, que aquel o aquella que lleva una vida tocándote y que ya tiene una rutina en sus interacciones sexuales contigo. Pero nadie es tampoco menos novedoso.
La repetición es un una conquista y un privilegio de la pareja, pero ha de ser porosa”.
Por lo tanto, a esa pareja que te viene a ver y que quiere permanecer unida, hay que saber devolverle estabilidad al amor y suministrarle novedad al sexo, de forma que no se cortocircuiten los afectos. Y es que esa salida de rutina en el sexo, cuando a la pareja le hace falta (que, como decimos, no es siempre, ni siquiera siempre que la pareja lo cree), implica asumir ciertos riesgos. Porque lo de hacer un striptease, preparar una cena romántica, dormir en un hotelito o comprarse un kit de BDSM está bien para vender revistas, pero el sexo es algo que aspira a cosas mucho más atrevidas e inquietantes de las que suelen recomendar las políticamente correctas recetas de los reportajes de difusión (y repetición) masiva. Saber sacar a una pareja de su paralizante rutina (sin pulverizar su merecida rutina) es algo que requiere de talento y de ese particular sentido de la sutilidad que solo da el oficio…
Y es que, entre el millón de rutinas que tiene que ir adquiriendo una sexóloga que dejó hace tiempo el nido, una consiste en saber construir sus procedimientos y automatismos en el trato con los pacientes con la misma habilidad, porosidad y ternura con las que las parejas tienen que construir la suya. Ya se sabe… no hay peor ni más miserable consejero que el que no se aplica a sí mismo sus consejos.
Fuente: MujerHoy