En un cierre de campaña caliente e incierto, no tanto por el resultado sino por su efecto rebote en el economía, el toque final quedó en manos de las mujeres fuertes del año político. Cristina Fernández de Kirchner, María Eugenia Vidal y Juliana Awada marcaron con sus diferentes estilos personales la última noche proselitista de una Argentina que está a punto de pasar a otra etapa histórica: gane quien gane el domingo.
La candidata a vice por el Frente de Todos se calzó el poncho de tonos patrios y salió a bancar a Alberto Fernández con una fórmula parecida a la que usó en 2015 con Daniel Scioli en aquel último discurso en los balcones internos de la Casa Rosada: estampándole en la frente su sello de lealtad, con garantía de CFK. Recordemos que, en ambos casos, les clavó por las dudas a sus candidatos presidenciales un veedor implacable: Carlos Zannini como vice de Scioli, y ella misma vigilando desde hoy a Alberto.
Al mismo tiempo que los respaldó como presidentes potables para la tribuna K, Cristina despejó en ambos casos –sobre el final de campaña- las fantasías negadoras del establishment, que en 2015 se consolaba con que Daniel era un infiltrado en el kirchnerismo, y ahora trata de calmar su pánico con la presunción de que Alberto es un cristinista portador sano. La jefa dejó correr esas ingenuidades, hasta la hora de la verdad, que arranca esta medianoche, con la veda electoral.
También María Eugenia Vidal sinceró su juego en el acto de cierre, poniéndole palabras y colores nuevos a la campaña disociada que oficializó un divorcio en buenos términos con Mauricio Macri. “Ahora nosotros”, confesaba el fondo rojo del escenario de Vicente López en el que la gobernadora bonaerense le dijo adiós a muchas cosas, pero también “hola” al futuro. Atrás quedó, sepultado por Marcos Peña, el Plan V y el desdoblamiento del calendario electoral de la Provincia, todos sacrificios que hizo Vidal en el altar de la obediencia macrista. Parece que eso se acaba a partir de esta noche.
Abandonado por su figura femenina taquillera que se atrincheró tras la General Paz, el Presidente necesitaba otra compañera que apuntalara su campaña del “sí, se puede”. Gabriela Michetti, su vice desplazada de facto para dejarle el lugar a Miguel Pichetto, ya hace mucho que no aparece rendidora para los gurúes del marketing PRO. Solo quedaba a mano Juliana Awada, que hasta ahora apenas aportaba elegancia de Primera Dama y posteos hogareños que medían bárbaro en Instagram. Pero en esta desesperada recta final del macrismo, hacía falta más.
Y Juliana se animó. Empezó hace unos días tomando el micrófono por unos segundos en actos proselitistas en Rosario y Corrientes, como para templar la garganta. Y en el acto de cierre en Córdoba se lanzó a más, aportando la simpatía que a su marido le falta. No es poco, en esta época de vacas flacas del oficialismo.
En un año de mujeres empoderadas, era lógico que la campaña terminara con un claro rol protagónico femenino. Mucho más cuando la pulseada electoral quedó a cargo de candidatos débiles del sexo masculino, empoderados a último momento por sus compañeras de turno: Alberto por su jefa sentada sobre los votos, y Mauricio por su “hechicera” fotogénica. Y en el medio, María Eugenia, apostando a que hay futuro, aunque sea en la oposición.
Ojalá tanta fuerza femenina alcance para frenar la tormenta verde que ya amenaza con arreciar sin piedad el lunes por la mañana, cuando se despierten los temerosos señores de los mercados.
Fuente: Revista Noticias