-Si hubiese tenido la bola de cristal el día en el que Cristina le ofreció la precandidatura a presidente y hubiese sabido que le iba a tocar lidiar con la pandemia de coronavirus, ¿habría aceptado igual?
–Yo creo que sí. Porque el secreto de la política es hacerla no con quienes uno quiere ni en el momento que le gusta, sino cuando le toca. Si no, uno haría política sólo en los momentos de prosperidad y el resto del tiempo se retiraría. Era necesario que la Argentina cambiara. Lo que sí es verdad es que esto no estaba en mis cálculos. Pero es lo que me tocó.
El presidente Alberto Fernández habla y camina por el mismo sendero de la Quinta de Olivos que recorría con Néstor Kirchner cuando él era su jefe de Gabinete y tenían que pensar algo importante. Desde la oficina de trabajo hasta el portón verde, ida y vuelta. Con Dylan, uno de los perros oficiales.
El rincón favorito
Un trabajador que corta el césped lo saluda, él le responde y le aconseja: “Cuidate mucho”. El Presidente abrió las puertas del lugar en el que vive para que un medio cubriera desde adentro una jornada de trabajo en cuarentena por primera vez desde el 10 de diciembre. No considera Olivos su “casa”, sino un sitio que el pueblo le presta para trabajar más cómodo. En su rincón favorito del chalet presidencial, puso en el modular el bastón y la banda junto a una foto enmarcada del decreto con el que Juan Domingo Perón estableció la gratuidad universitaria.
Este diario presenció un día de trabajo del equipo, charló con los mozos, con los ministros que iban y venían, recorrió la parte del chalet donde vive el Presidente y la oficina en la que prefiere trabajar cuando está solo. También recorrió la amplia residencia: Fernández no usa la cancha de golf, ni la de tenis y los partidos de fútbol entre sus funcionarios que hacía los viernes para distenderse están suspendidos por obvias razones. El único momento en el que se relaja es cuando mira series.
Dice que se levanta y se acuesta pensando en el coronavirus y si bien es cierto que las medidas que llevó adelante tienen un alto nivel de aprobación, se sorprende cuando le hablan del “sacrificio” de la cuarentena. Se pregunta: ¿Cómo puede ser un sacrificio cuidar tu vida? Pero no le es ajeno lo duro que es atravesarla para la mayor parte de la población.
–Usted tiene una actitud dialoguista, parece no pelearse fuertemente con nadie, por ejemplo con los bancos. ¿No lo considera excesivo?
–Para mí la política es el arte de convencer al otro de que uno va en el camino correcto. El arte de convencer no se trata de encontrar un enemigo.
–¿Y si no lo entienden?
–Y, bueno, no sé, no me votarán, votarán a otro.
–Me refería a que no lo entienda el poder real…
–Hay un poder real que cada vez es más débil porque está evidenciado en el valor de sus empresas, en el valor de los bancos. Es un poder que existe, es un poder fáctico que está acompañado en los grandes medios. Eso ocurre en la Argentina y en el mundo. Pero el poder verdadero de la Argentina está en la gente. Eso también hay que grabárselo porque, si no, el peronismo no hubiera existido. Lo que yo intento es que todos entendamos que tenemos por delante un desafío muy grande que hay que asumir en conjunto para construir otra sociedad. Yo sé muy bien que la política es contradicción de intereses y sé muy bien cuáles represento yo y contra cuáles me choco, pero lo que busco es que la gente me acompañe para defender los intereses de la mayoría de los argentinos. Si la política sólo fuera el arte de chocar contra otro, dejaría de lado la ética. Y para mí lo ético es central. Saber por qué hago lo que hago.
–¿Sabe que algunos comunicadores y humoristas le dicen “Al centro” Fernández?
–(Se sorprende). No, no sabía. Pero si estar al centro significa buscar el equilibrio, no me molesta.
Un día de trabajo
Después de terminar la caminata, el Presidente va a la primera reunión formal de trabajo: recibe al ministro de Salud, Ginés González García, y a los epidemiólogos y médicos que lo asesoran para tomar decisiones sobre la nueva fase de la cuarentena. Sabe que no es fácil, escucha a todos y duda. “Un especialista en estadística me lo explicó muy gráficamente: yo no administro un gotero, administro la llave maestra de un oleoducto. Y tengo que tener cuidado cada vez que permito una nueva actividad porque las posibilidades de contagio son impredecibles. No hay garantías”.
Mientras Fernández está en la reunión, PáginaI12 permanece en la oficina de la Jefatura de Gabinete, donde además de los elementos de trabajo pueden contarse siete guitarras. El Presidente dirá más tarde que tiene muchas más, pero en diferentes lugares de la quinta. Gran momento para dar una vuelta. En la cocina, un mozo con el barbijo de rigor dice que está contento de haber vuelto a ver “una cara conocida”. Que el Presidente no suele pedir menús especiales y come lo que le sirven. Pero aunque los cocineros tienen orden de hacerle el plan que le preparó un nutricionista para que baje de peso, él no siempre quiere comerlo y en alguna que otra ocasión le pidió a otro comensal que le cambie el plato. Eso sí: la única indicación que Fernández les dio a los cocineros apenas pisó la quinta es que no le preparen nada con legumbres. “Es como un trauma que tengo, siempre sentí que no las podía tragar”, había contado más temprano a PáginaI12. Ese día habrá fideos con tuco y flan o ensalada de frutas para todos.
Una recorrida por los pasillos lleva a la oficina del Presidente, ocupada por la secretaria Legal y Técnica, Vilma Ibarra. “Cuando vengo a Olivos, trabajo acá. Porque me llama tantas veces que es más práctico”, dice la funcionaria. Cultora del bajo perfil, conversa unos minutos con PáginaI12. En plena pandemia, cuenta, decretos que se trabajan en tiempos normales durante días tienen que salir en horas y muchas veces terminan de subirse al Boletín Oficial a la medianoche, si no más tarde.
“Estoy fascinada con el trabajo de los chicos y chicas del Boletín Oficial. Si hay que subir un decreto a la una de la mañana, lo hacen. Han llegado a subir una adenda a las cuatro de la mañana. Son conscientes del momento que estamos pasando. Por eso quiero que Alberto les mande un audio agradeciéndoles el compromiso. En la gestión anterior, estaban acostumbrados a irse a sus casas a las siete de la tarde y sabían que si algo no entraba hasta las tres de la tarde, no iba a entrar hasta el otro día. Y ellos sienten el orgullo de trabajar en el Estado”, dice la abogada antes de seguir con su trabajo en la oficina de Fernández, donde destacan en la decoración un cuadro simbólico que representa a una Madre de Plaza de Mayo, otro de Dylan que le regalaron en la campaña y muchas fotos de Cristina y Néstor, de Eva Perón, además de una placa de reconocimiento del club de sus amores, Argentinos Juniors.
El almuerzo
Después de la reunión con epidemiólogos, Fernández se instala con Vilma Ibarra a trabajar en la oficina, donde también almuerzan. Mientras tanto, empiezan a llegar a Olivos más funcionarios, entre ellos el asesor presidencial Alejandro Grimson. Almuerzan y charlan en un comedor instalado frente a la oficina del Presidente. Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete; el secretario de Planeamiento Estratégico, Gustavo Beliz; el secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello; el ministro González García; integrantes del equipo audiovisual del Presidente y su vocero, Juan Pablo Biondi, comen mientras reciben llamados y hablan sobre la cuarentena, los medios y sus vidas cotidianas.
A la hora del postre, el Presidente entra al comedor y llama a Cafiero a su oficina. El jefe de Gabinete justo está probando el flan. “Lo debe mandar Josefina, mi mujer, para que no engorde”, bromea. Después del café, todos se van a seguir con el trabajo: en la agenda presidencial hay una reunión con movimientos sociales y el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, está por llegar. Es jueves.
Cuando Cafiero termina la reunión con Vilma Ibarra y el Presidente, comenta a PáginaI12: “Te aviso que yo no lo voté”, un chiste en alusión a la cantidad de horas diarias de trabajo sin apagar el teléfono de noche, mientras dure la pandemia, y sin fines de semana ni feriados.
La recorrida
El Presidente se hizo un rato para seguir charlando con PáginaI12 y ofreció una visita guiada por la que define como la “espléndida” residencia, cuyo único problema, dice, es que no siente como su casa. “Pero sería ingrato no agradecerla si se tiene en cuenta cómo vive la mayoría de los argentinos”, reflexiona. Como las distancias son grandes, a veces se traslada en un carrito que maneja él. Dylan lo sigue a todas partes.
–¿Es cierta la anécdota de que empezó a sentirse dirigente político cuando convenció a sus padres de que no significaba ningún peligro que sus amigos fueran músicos como Pappo?
-(Se ríe) La historia es así. Estaba comiendo con mi padre en Pippo y veo que él miraba atrás mío con cara de preocupación. Le pregunto qué le pasa. “Es que allá atrás hay un tipo que es increíble: está comiendo los fideos con la mano”. Miro y eran Pappo, Luis Alberto Spinetta y otros más. Me levanté a saludarlos, porque yo los conocía de los recitales. Pappo me dijo “qué hacés, Alberto” (le imita la voz ronca) y volví a la mesa. Yo tendría 16 años. Le conté que eran músicos, que eran mis amigos. Cuando llegué a mi casa a la noche, me encontré con una especie de tribunal familiar formado por mamá y papá. Mi mamá me dijo: “Me ha contado papá un episodio increíble, hijo. ¿Con quiénes te estás juntando?”. Claro, circulaba una teoría, en parte cierta, de que en el mundo del rock había droga y mantenían una vida licenciosa. Entonces le dije a mi mamá, cuando vi que la cosa se me ponía complicada: “Ustedes no están dudando de mí, están dudando de la educación que me dieron. Si ustedes confiaran en la educación que me dieron sabrían que jamás me involucraría en esas cosas”. Y empezaron a retroceder.
Recuerda especialmente ese día porque logró persuadirlos con argumentos que él sentía “de corazón” y porque cree en la política como el arte de la persuasión.
–¿Cuál fue el mejor y el peor momento que vivió desde el 10 de diciembre?
–El mejor momento fue el día de la asunción porque ahí sentí que con Cristina y con otros habíamos logrado el objetivo y que empezábamos a hacernos dueños de la construcción de otro tiempo. El peor momento todavía no llegó.
El Presidente nunca hizo terapia porque no siente que la haya necesitado, aunque más de una vez le recomendó a un ser querido que hiciera. Para relajarse, mira series: recomienda Poco ortodoxa, Califato y confiesa que se “devoró” en uno días Fauda. Para los futboleros, aconseja que no se pierdan Juego de caballeros, que cuenta cómo el fútbol se hizo profesional. Dice que los mozos de la residencia no le hablan de Macri. Él tampoco les pregunta. Si le hablaran mal, sabría que no estarían actuando éticamente y que podrían hacer lo mismo con él. “No estaría frente a las mejores almas”, explica.
La cuarentena
Fernández sostiene que no puede creer que digan que se enamoró de la cuarentena porque las encuestas lo acompañan. Sabe el daño económico que se está produciendo y cómo ese número puede cambiar en la Argentina del día posterior al levantamiento del aislamiento. Tiene que trabajar en varios frentes. Todo el tiempo recibe a gente con empresas quebradas o a punto de estarlo. Por eso implementó el plan de ayuda a los parados y casi todos los días se anuncia una nueva medida en esa dirección. Pero es consciente también de las trabas. Sabe que el sistema bancario argentino no está a la altura de las circunstancias y en su entorno no descartan alguna reforma a futuro. Caer en un eventual default, dicen cerca del Presidente, no es la mayor de sus preocupaciones porque el mundo “estalló en mil pedazos” producto de la pandemia.
Lo que más le preocupa es no equivocarse en cada decisión que tome respecto de la cuarentena. Escucha a todos, pero nadie le da la solución perfecta. Para todo hay dos bibliotecas.
La visita termina a la tarde y es el propio Presidente el que alcanza hasta la entrada, en carrito, a PáginaI12. Ya había contado que no cambió su teléfono celular cuando asumió, pero es menos sabido que no tiene uno extra para hablar con la gente más importante de su entorno.
–La tentación de “creérsela” debe ser alta. Dicen que el poder marea. ¿Cómo lucha contra eso?
–Hago política desde los 14. He visto subir a la cima y desbarrancarse a un montón de gente. El poder te lo quitan con la misma facilidad con la que te lo dan. Un día te votan y un día te abandonan porque el poder es de la gente, con la que tenés que acordar todos los días el rumbo a seguir. Así es como te siguen empoderando. Pero hay que tener muy claro que nada de esto es de uno.
Fuente: Página 12