Nilo Cayuqueo (76), uno de los 2.000 participantes de la convocatoria “Tu historia en el Histórico” del Museo Histórico Nacional (MHN), contó a Télam su experiencia personal como parte del pueblo mapuche, su infancia en Los Toldos, la persecución y el exilio.
Entre numerosas experiencias que Nilo destaca de su vida, en 1977, participó como uno de los primeros delegados indígenas en la ONU en la conferencia de las ONGs sobre los Pueblos Indígenas, que se realizó en Ginebra.
Por esta participación Nilo fue perseguido durante la última dictadura militar y empujado al exilio y a un periplo guiado por la búsqueda de reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas en todos los países en los que vivió: Argentina, Perú, Francia y Estados Unidos, hasta que finalmente retornó a Argentina en 2005.
Nilo nació en 1945 creció en la comunidad mapuche llamada “Campo de la Tribu de Coliqueo”, en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, donde vive ahora.
La comunidad se estableció allí alrededor de 1850, “luego de la masacre y la invasión que hubo por parte del Estado con los militares que se apropiaron de las tierras -narra Nilo a Télam- y que produjo una diáspora mapuche, llegando a Los Toldos desde Neuquén y parte de Chile, es decir, la frontera de lo que hoy es Chile y Argentina, porque para nosotros no había tal cosa”.
“Desarrollamos una forma de vida armónica con la naturaleza hasta que se produjo la invasión y la gente fue masacrada, tuvo que escapar y perdió toda su concepción cultural como pueblo, esto no ocurrió solo con los mapuches, sino también a todos los pueblos indígenas de Argentina”, denuncia Nilo.
Cuando él era chico, la comunidad en Los Toldos estaba compuesta por alrededor de 4 mil personas, hoy -afirma- sólo quedan 21 familias viviendo en el campo y “las 16 mil hectáreas que teníamos no llegan a 900, las otras 15 mil se las apropiaron los inmigrantes, los escribanos, los abogados”.
Nilo narra el destierro y señala que muchas personas de origen mapuche “se fueron a vivir a las villas miseria, en Buenos Aires, Junín y otros pueblos”.
“Yo crecí en ese ambiente, mi tío abuelo era el jefe de la comunidad y me ayudó a mantener la conciencia étnica como pueblo, me contaba la historia del pueblo mapuche, la filosofía de vida”.
En la escuela, cuenta Nilo, la discriminación “era terrible”, la educación era eurocentrista y racista, plantea, “decían que los indios éramos salvajes y no teníamos cultura, obligaban a los niños a renegar de su propia cultura, y por desgracia eso hoy no ha cambiado mucho”.
Pero a pesar de eso dice que sus recuerdos de la infancia “son muy lindos”, porque iban a la escuela a caballo y creció en un ambiente sano, “carecíamos de cosas pero teníamos lo suficiente para vivir porque la tierra es fértil ahí”, señala.
Aunque vivían en comunidad, Nilo explica que, “bajo la influencia negativa de la iglesia”, Coliqueo dividió las tierras, y que “la iglesia obligaba a la gente a dejar su cultura, no hablar el idioma, hacerse cristiano, dividir las tierras en parcelas individuales, en contrario al espíritu comunitario de nuestra gente”.
A pesar de eso, mantenían “el espíritu del trueque” y cuando uno producía mucho maíz o animales los intercambiaban, también por ropa o calzado y “casi no existía el dinero” aunque sabían que lo necesitaban “para comprar en la comunidad, cosas como sal y azúcar, y con mi padre íbamos cada mes al pueblo a 15 kilómetros en sulky a comprar la mercadería para el mes”.
Nilo convivía con su padre, madre y sus cuatro hermanos.
Al entrar en la adolescencia, la familia de Nilo decidió mudarse a la Ciudad de Buenos Aires.
“A mi papá le fue muy mal, lo estafaron, -cuenta- trabajó de peón y mi mamá trabajaba de sirvienta”.
Tiempo después, a los 15 años, él también fue a vivir con ellos, siguió estudiando de noche y de día trabajaba de peón, “con mucha tristeza porque habíamos dejado el campo”.
Su vida en Buenos Aires
De joven, militó en el Partido Socialista, hasta que concluyó que “los socialistas tenían respeto, pero en la práctica lo que querían era la integración de los indios a la sociedad argentina, o sea que teníamos que desaparecer como cultura y nosotros no queríamos eso”.
“En la época de la Triple A, -señala- nosotros habíamos formado una organización indígena en Buenos Aires, que se llamaba la Asociación Indígena de la República Argentina (AIRA) y ya estaban los peronistas fascistas, los grupos de derecha. A mí la Triple A me amenazó varias veces, me odiaban, me acusaban de mapuche, de izquierdista”.
En 1977, en plena dictadura, participó de una conferencia sobre los pueblos indígenas en Ginebra en representación de AIRA.
Sin saber que entre los oyentes se encontraba el embajador de Videla, en su exposición dijo que “era necesario que las Naciones Unidas intervenga para proteger los derechos de los pueblos indígenas que estaban siendo sometidos y oprimidos por militares y terratenientes aliados con policías que nos quitan las tierras”.
Contó que al terminar el embajador Gabriel Martínez lo esperó abajo y le dijo como una orden “lo espero mañana a las 10 de la mañana en la embajada'”.
En esa reunión, Martínez le advirtió que “había una campaña del marxismo internacional en contra del país y me preguntó si yo era parte de eso, yo dije que no, que estábamos defendiendo los derechos indígenas y le pregunté si sabía que había represión en las comunidades, desalojos y que nos están matando a la gente y contestó que sí, que sabía que hay excesos, pero que estaban ‘tratando de solucionar los problemas'”.
Cuando volvió a Argentina, le aconsejaron que se esconda y finalmente, tuvo que vivir en el exilio.
Regresó a la Argentina en 2005, cuando participó de la organización de la conferencia del ALCA. Actualmente es miembro de la Mesa de Pueblos Originarios de la provincia de Buenos Aires, escribe un libro con sus memorias y tiene tres hijos: Nahuel, Rayen y Llanka.
Fuente: Télam