Las tejedoras de Ancasti, del coyoyo a la lucha por el agua

En el paraje Santa Gertrudis (Catamarca) viven las tejedoras de seda natural que mantienen viva una técnica ancestral. Pero cada vez hay menos capullos en el monte. Ahora una empresa minera quiere extraer litio en roca a pocos metros de sus casas. Claves de un saber único.

Después de casi seis meses de sequía, una de las más largas de los últimos tiempos, en Ancasti llueve. Torrencial. Y se toma como una bendición. Un pequeño vaho sale de entre los arbustos y los pastos como un grito de alivio. En la inmensidad, pasando el río Los Molinos unos 8 kilómetros, surge Santa Gertrudis. Una puerta hacia la ancestralidad y saberes desconocidos que, según denuncian, están en peligro por el extractivismo.

El Departamento de Ancasti se ubica al sudoeste de la provincia de Catamarca, a 100 km. de San Fernando del Valle. En 2017 la empresa de origen australiano Latin Resources (Recursos Latinos), comenzó la exploración de suelo sobre una vieja mina en desuso para la extracción de litio en pegmatita, uno de los primeros proyectos para sacar litio de la roca en Argentina. Ingresó maquinaria pesada al pueblo y al monte, perforaron cientos de metros de profundidad. Y no se supo más. En octubre de 2020, la empresa anunció que volvería a esa zona, y a San Luis, esta vez junto a la firma Lithium. Vecinas, vecinos y organizaciones como la Asamblea de Ancasti por la Vida, realizaron una presentación ante el Ministerio de Minería provincial solicitando la nulidad de la Declaración de Impacto Ambiental de la Etapa de Exploración del Proyecto Ancasti, por considerarla ilegal, al no cumplir con la reglamentación que garantiza el acceso a la información pública y la participación ciudadana.

La empresa tiene intenciones de arrancar antes de fin de año y a escasos metros de dos sitios muy significativos, a nivel natural y cultural: el Parque Arqueológico La Tunita, área protegida de una veintena de cuevas con arte rupestre de más de 1500 años en medio del bosque nativo y el paraje Santa Gertrudis. Acá viven las tejedoras de seda natural o coyoyo, que mantienen viva una técnica ancestral transmitida de generación en generación.

Un arte que se parece bastante a vivir

Paula Romero de Quiroga camina despacio. Se sienta junto a su inmenso telar criollo. Habla muy bajo, por un fuerte «dolor de mandíbula». A sus 85 años todavía conserva energía para crear hilos de coyoyo y entrelazarlos. Teje con llama, seda y todo lo que se pueda hilar. «Lo que pasa m’ija que antes no había maquinarias, nada, y yo veía cómo trabajaban las mujeres, así aprendí y nunca más dejé de hacerlo. Pero ahora la seda del coyoyo no es tan linda como antes. Ahora parece más una fibra porque el gusano ya no come lanche (la planta) no sé qué pasó, hace tiempo que no hay. Yo no sé qué comen ahora los gusanos, pero algo comen porque después los ves por ahí colgaditos nomás. Algunos dicen que es por la sequía». Paula teje mantas, ponchos, manteles. Con apenas 20 años fue una de las primeras que logró llegar al hilo más fino hilado, un sueño que estaba en su cabeza y que cambió el rumbo de las tejedoras de Santa Gertrudis. En una habitación plagada de cuadros de menciones y premios de festivales, baja una foto de la pared. Se le humedecen los ojos vidriosos. Cuenta aventuras que vivió junto a su marido: «tejer es un arte que se parece bastante a vivir, lleva tiempo, amor y paciencia».

El ‘coyoyito’, como lo llama Paula, es la casa del gusano del coyoyo, donde su metamorfosis lo convertirá en una mariposa grande. El primer paso es salir a recolectar los capullos y dejarlos colgados hasta que la mariposa emigre. Con esa ‘casita’ vacía en forma de gota de agua comienza el proceso: meten los coyoyos (cortados en la punta) en una media o tela fina que va a parar a un recipiente con la ceniza más blanca de la leña, a la que le dicen «lejía«. «Lo más importante es que el gusano no esté dentro», remarca Paula.

Más tarde, se hierve. Después se limpia, se deja secar y ya está listo para armar ese manojo que luego será el insumo para hilar. Se sacan cuatro ovillos que van ubicados en los telares que ellas mismas construyen con madera. Les lleva un día entero montarlo para comenzar a tejer.

Generaciones

«Frente a la crisis climática y ecosistémica global se vuelve urgente pensar en una transición que contemple la justicia social y ambiental, que priorice el cuidado de la vida en todas sus formas, y se sustente en un cambio radical del modelo de producción –plantea Luciana Fernández, antropóloga integrante de la Asamblea de Ancasti por la vida–. La transición empresarial sólo se presenta como un slogan que promueve la sustentabilidad, mientras explotan montañas, contaminan el agua, secan ríos y humedales y extinguen actividades ancestrales que son las verdaderas respuestas a la crisis por las que atraviesa el planeta».

Elvira Bulacio también forma parte de la Asamblea. Tiene 38 años y teje desde hace seis. Es una de las más jóvenes. Cuenta que la época de mayor recolección de coyoyo es en invierno. Una bufanda de ese hilo le lleva un mes de trabajo que cobra alrededor de 18.000 pesos.

Vive con su marido y sus hijos. Viajó varias veces por sus tejidos, por ejemplo a la Fiesta del Poncho donde ganó el primer premio en artesanía textil. Remarca que este tipo de tejido es tan particular y propio de este lugar debido a que la mariposa es parte de la fauna autóctona. Pero la intervención humana ya empieza a incidir.

Desde hace un tiempo, técnicos de la Secretaría de Agricultura Familiar llevan adelante junto a las tejedoras de Santa Getrudis un proyecto que implica la cría del gusano de seda, debido a las advertencias que las mujeres vienen haciendo: cada vez hay menos capullos en el monte. Lo relacionan a la sequía, pero sobre todo al progresivo desmonte. La diferencia del coyoyo con el gusano de seda es que este último no es autóctono, y además se lo cocina vivo para extraer el hilo. En cambio el gusano de coyoyo tiene que convertirse en mariposa. Es necesario que nazca para poder usar el capullo vacío, no se afecta al ser vivo.

Elvira invita a saborear los duraznos de su parque de frutales. Entonces sucede la magia. Mientras expone los detalles del proceso de trabajo surgen dos mariposas colgadas de los capullos. Dice que no es tan sencillo de ver. Lo toma como un regalo de la naturaleza. El arte de tejer se pasa de generación en generación: «mi hija de 16 también teje, ha ganado en la feria de ciencias una mención por un tejido que la llevó hasta Córdoba».

Pero la delicadeza de tejer seda silvestre contrasta con el avance de proyectos extractivos en la región. «Nosotros estamos a cien metros de la mina, nos afectaría muchísimo por el agua, por los animales, las plantas y las mariposas, por todo». Elvira recuerda: “vinieron a prometernos que había trabajo, pero después entraron chicos a trabajar y estuvieron 15 días. Cuando estaban perforando vimos que no era una actividad para este lugar; dejaron todo un desastre, los montes estaban todos blancos de polvillo, los animales se iban lejos y no volvían, no dejaban dormir porque trabajaban día y noche. Nos estaba cambiando el modo de vida y estábamos mal porque nos habíamos mandado la macana de dejarlos entrar. Hace unos tres meses volvieron camionetas. Sabemos que van a volver, y no queremos». 

Fuente: Tiempo Argentino



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