Fue necesario cruzar llanuras, dejarse llevar por ríos caudalosos, internarse por valles y cerros majestusos. Fue necesario encontrar a las infancias en esas mismas llanuras, en aquellos ríos, valles y montañas, en su identidad y en los juegos apenas interrumpidos. Fue necesario Rosario Vera Peñaloza, maestra y pedagoga, para pensar la educación desde los primeros años de vida y como una construcción creativa.
Fue a fines del siglo XIX, cuando la Argentina adoptaba la fisonomía y organización impuesta por los vencedores de Caseros, cuando Rosarito comenzó su tarea docente. La reforma del sistema de enseñanza, la formación docente y la creación de jardines de infantes (y con ellos de la educación inicial) fue su principal legado, que todavía perdura.
Fue el día de la Navidad de 1873, en Atiles, La Rioja, cuando nació. Hija de Eloy Vera y de Mercedes Peñaloza, bisnieta del abuelo del “Chacho”, caudillo federal de los Llanos. Resultó la menor de cuatro hermanas. No llegó a conocer a su hermano varón, que falleció a poco de nacer.
Cuando tenía 10 años murió su papá y, tiempo después, su madre. Se crió con su tía materna, Jesús Peñaloza Ocampo. Se trasladó a la casa de unos parientes en San Juan para ir a la escuela primaria, donde entraría a un aula por primera vez. Algo que no dejaría de hacer hasta tu muerte, setenta años después.
De la niña de los Llanos a la maestra de todos
De regreso a los Llanos ingresó en la Escuela Normal de La Rioja, entonces dirigida por las maestras estadounidenses Annette Haven y Bernice Avery, que Domingo Faustino Sarmiento había radicado en el país. En 1888 se graduó como Maestra Normal y cuatro años después ingresaría a la Escuela Normal de Paraná, donde obtuvo el título de Profesora y recibiría la influencia de Sara Chamberlain de Eccleston, su gran mentora.
El interés por la formación de los más chicos ya estaba vivo en Rosario, quien en 1897 se graduó como Profesora de Kindergarten, en la Escuela de Profesores de Jardín de Infantes de Paraná. Sólo tres años después, con el nacimiento del nuevo siglo, fundaría el Jardín de Infantes anexo a la Escuela Normal de La Rioja.
Fue el primer Jardín de Infantes de la Argentina y el puntapie inicial de una larga serie de jardines creados en Córdoba, Buenos Aires y Paraná. Diseñó planes de estudio y programas de educación preescolar. Se convirtió en una pionera del Nivel Incial, en una pedagoga inquieta e innovadora.
Entre sus labores también aparecen la de Inspectora de Educación Física (1910), Directora de la Escuela Normal 1 “Roque Saenz Peña” en Buenos Aires (1912), la fundación y dirección de la Escuela Normal 9 “Domingo Faustino Sarmiento” y la de Directora de la Escuela Modelo Argentina (1918).
También participó, a pedido del Consejo Nacional de Educación, de la fundación del Museo Argentino para la Educación Primaria (1931). Instalado en el Instituto Bernasconi, se convirtió en un espacio de investigación y formulación de propuestas educativas. Allí también se critalizó uno de sus principales proyectos, el Pre-Escolar Felix Bernasconi.
Peñaloza no dejó de pensar nunca la educación. Impulsó su renovación, una actualización acorde a las realidades y necesidades de los niños. Para esto dictó cursos en casi todo el país, bregando por la enseñanza popular. Apostó por nuevas técnicas y didácticas para jardines de infantes. Además, brindó capacitación en la creación de bibliotecas.
Trabajó con la Geografía como punto de partida para la enseñanza, sosteniendo que la escuela debía tomar en cuenta la cultura regional y local, en un tiro por elevación a la uniformidad centralista de la época, lo que le valió reproches y sanciones.
“Siempre es lenta la marcha de las ideas nuevas. Hay siempre una lucha hasta que el público las acepta y todos los que llegan a ser discípulos de tal innovación tienen que soportar críticas y advertencias injustas”, escribió.
Vera Peñaloza difundió los principios de Froebel y Montessori. Intentó adpatarlos a la realidad nacional y a cruzarlos con las ideas de autores argentinos como Joaquín V. González y Juan B. Terán. .
Además, promovió el trabajo manual en las escuelas primarias para que los chicos desarrollen habilidades prácticas. En cuanto a los jardines de infantes, su labor fue superlativa. Impulsó la actualización de los programas de estudio para maestras jardineras, figura que no existía en el país, y dedicó buena parte de su tiempo a pensar la didáctica.
Es que entendía a la educación como un proceso integral que comenzaba en los primeros años de vida. Destacaba la importancia de la expresión oral y la construcción del conocimiento a través de la creatividad, la exploración y el juego. “El juego es la vida del niño. En él ejercita su actividad innata y muestra sus gustos y sus tendencias, su sentir”, repetía.
Identidad, cultura y pertenencia
Rosario Vera Peñaloza escribió 25 textos, entre libros y papeles de trabajo, muchos de los cuales permanecen inéditos. Ocupó 22 cargos públicos. Fue una incansable impulsora de jardines de infantes, bibliotecas y museos. Pero por sobretodo fue maestra, formadora de maestros. Buscó que el aula fuera tan amplia como grande concebía a la Patria.
La muerte la encontró a las 77 años, haciendo lo que sabía y amaba. Fue el 28 de mayo de 1950, en Chamical, provincia de La Rioja, cuando iba a dar un curso de formación docente. Se despidió como pensaba, promoviendo el encuentro y la pertenecia a una identidad común.
Su labor como maestra de los más pequeños recibió reconocimiento institucional en diciembre de 2014, mes en el que el Congreso de la Nación sancionó, y el Poder Ejecutivo promulgó, la ley 27059, donde se establece el 28 de mayo (día del fallecimiento de la pedagoga) “como el Día Nacional del Docente de Nivel Inicial”.
Fuente: Telam