En la vanguardia de la ciencia espacial, la Estación Espacial Internacional (EEI) no solo sirve de hogar a los astronautas, sino también como laboratorio para estudios que aprovechan sus singulares condiciones ambientales. Recientemente, un equipo de investigadores del Laboratorio de Propulsión a Chorro dedicó dos años a estudiar meticulosamente la bacteria Enterobacter bugandensis en la EEI.
Bajo el estrés ambiental de la EEI, 13 cepas de esta bacteria “aisladas de varios lugares dentro de la EEI” no solo sobrevivieron, sino que además mutaron, diferenciándose genética y funcionalmente de sus contrapartes terrestres. Según un comunicado de la NASA, estas cepas no solo se mantuvieron viables, sino que mostraron una proliferación significativa.
Más preocupante aún es que la E. bugandensis coexistió con otros microorganismos, en algunos casos favoreciendo la supervivencia mutua, lo que podría complicar la inmunidad y salud de los astronautas. El estudio, publicado en la revista Microbiome, reveló detalles sobre la dinámica del ecosistema microbiano y las interacciones entre las comunidades microbianas dentro de la EEI.
Los entornos cerrados construidos por el hombre, como la EEI, son áreas únicas que proporcionan un ambiente extremo sometido a microgravedad, radiación y elevados niveles de dióxido de carbono, explicó el comunicado de prensa de la NASA. Comprender estos procesos es crucial para mejorar las estrategias de prevención de enfermedades en las misiones espaciales y garantizar la salud y la seguridad de los astronautas frente a amenazas patógenas.
La NASA reveló que la Tierra estuvo al borde del colapso: qué pasó
La semana pasada estuvimos al borde de una catástrofe espacial. Un satélite ruso estuvo a punto de chocar con el satélite de la NASA en un encuentro que pudo haber desencadenado un evento conocido como “Síndrome de Kessler“. Según la coronel Pam Melroy, administradora adjunta de la agencia espacial estadounidense, los expertos estaban realmente asustados.
El accidente habría sido impactante y habría puesto en riesgo vidas humanas. Por suerte, logramos esquivar el peligro, pero esto nos deja una advertencia clara: no podemos subestimar el problema de la basura espacial.
De acuerdo a las declaraciones de Melroy en el Simposio Espacial de la Fundación Espacial en Colorado, si los satélites hubiesen chocado, miles de fragmentos de escombros habrían sido lanzados a altísimas velocidades alrededor de la Tierra. Una metralla fuera de control que habría causado un problema monumental. “Es aleccionador pensar que algo del tamaño de la goma de un lapicero pudo haber causado tantos estragos, pero puede hacerlo. Todos estamos preocupados por esto“, señaló Melroy.
La situación es cada vez más preocupante debido al creciente número de satélites que orbitan la Tierra. Actualmente, tenemos más de 10.000 satélites en órbita, cuatro veces más que en 2019. Y se espera que esta cifra siga aumentando exponencialmente. La Estrategia de Sostenibilidad Espacial de la NASA busca mapear y monitorear mejor los satélites y los desechos con el objetivo de asegurar órbitas despejadas. Pero la tarea es un desafío, considerando que hay más de 5.400 objetos de un metro de diámetro, 34.000 de más de diez centímetros y más de 130 millones de menos de un milímetro de envergadura vagando sin control.
En la órbita terrestre baja, donde la saturación es mayor, ya se aprobaron 400.000 satélites, y SpaceX planea lanzar 44.000 más para su proyecto Starlink de Internet. De acuerdo a expertos, una vez que todas las constelaciones de Internet estén operativas, habrá alrededor de 16.000 satélites desechados que deberán ser retirados de la órbita. Estos satélites obstruyen el espacio, representando un riesgo latente.
Esta no es la primera vez que nos salvamos por pura suerte. En 2011, una nube de escombros apareció frente a la Estación Espacial Internacional, obligando a los astronautas a refugiarse en la nave Soyuz para una posible evacuación. Si el impacto se hubiese producido, la Estación Espacial se habría convertido en un colador.
Este escenario se conoce como ‘Síndrome de Kessler‘ o ‘cascada de ablación’, planteado por el consultor de la NASA Donald J. Kessler en 1978. Según esta teoría, un alto volumen de basura espacial en órbita baja terrestre conduciría a más colisiones entre objetos, creando una cascada de escombros que dificultaría el acceso al espacio.
La NASA está invirtiendo activamente en la detección, seguimiento y prevención de colisiones en el espacio, tanto en órbita terrestre como lunar. Además, empresas como Astroscale, ClearSpace y Airbus están trabajando en tecnologías para recuperar y traer de vuelta a la Tierra los satélites en desuso. Se están analizando métodos como brazos robóticos, arpones y métodos magnéticos. Aunque el problema es monumental y no hay un consenso sobre la cantidad exacta de escombros en órbita, la NASA está comprometida en encontrar soluciones que nos permitan hacer lo correcto y garantizar un futuro espacial sostenible.
Fuente: El Destape