Diálogo con Mariana Herrera, directora del BNDG: ” Día del Derecho a la Identidad”, cuando la ciencia hace justicia

El trabajo que realiza el Banco Nacional de Datos Genéticos en la restitución de identidades es uno de los mayores orgullos de la ciencia argentina. El conocimiento científico, de esta forma, se perfila como una herramienta invaluable al servicio de los derechos humanos, acompañando las acciones y la perseverancia de las Abuelas de Plaza de Mayo. Este martes, como cada 22 de octubre desde 2004, se conmemora el Día Nacional del Derecho a la Identidad, por ello, nada mejor que la perspectiva de Mariana Herrera, doctora en Biología y directora del BNDG. Aquí describe cómo ciencia y justicia van de la mano; narra el modo en que el propio concepto de identidad se ha resignificado a partir de las restituciones históricas y argumenta, finalmente, por qué los derechos humanos “no son un curro”, en respuesta a los embates registrados, en las últimas semanas, en la voz de candidatos presidenciales.

-El esfuerzo incansable de las Abuelas y el trabajo realizado desde el BNDG han modificado el concepto de identidad. ¿A qué se refiere desde su perspectiva?
-Desde la biología, la identidad de una persona se vincula con la carga genética que se expresa a través de sus genes y la presión del medioambiente. Como individuos somos el resultado de lo que heredamos de nuestros padres y de todos los factores culturales que nos atraviesan, como pueden ser las costumbres alimenticias, las características específicas de crianza y la interrelación en los diversos ámbitos de socialización. Nuestra identidad desborda a los genes, somos mucho más que ello. En el planteo que se ensaya en la Convención Internacional por los Derechos del Niño se contempla esta perspectiva compleja: toda persona tiene derecho a saber dónde nació, quiénes son sus padres y cuáles fueron sus orígenes.

-De hecho, esos artículos incluidos en la Convención fueron promovidos por iniciativa de las Abuelas…

-Exacto, previo a 1989 no se discutía el derecho a la identidad. Ese debate fue colocado en la agenda de los organismos internacionales por las Abuelas y nos hace pensar en este concepto de una manera dinámica, como algo que se construye de manera permanente. Cuando se habla de “restituir la identidad” a un nieto, lo que estamos haciendo es rescatando una parte de su historia personal que completa la trayectoria individual. Los nietos restituidos no empiezan a ser personas cuando saben la verdad pero sí completan un vacío que tenían la necesidad imperiosa de llenar. Es un agujero que se arrastra durante toda la vida, una pieza fundamental para armar ese rompecabezas vital.

-La identidad se resignifica de una manera muy fuerte para cada restituido.

-Es que emerge una parte de la historia que tenía derecho a saber y siempre fue negada, al tiempo que se reintegra una parte muy significativa de los vínculos afectivos que nunca deberían haberse suprimido. Me refiero a la relación con sus padres, con su familia paterna y materna. Esto a su vez tiene un impacto social muy potente: la sociedad comienza a cuestionarse como tal su propia identidad y se siente gratificada ante cada restitución. Hasta la fecha se han recuperado 130 nietos y, aproximadamente, 100 personas al mes y un total de 1200 al año vienen al Banco a realizarse chequeos. Tenemos una base de datos con unos 10 mil individuos que se hicieron las pruebas y dieron negativo.

-¿Y este último dato qué indica? ¿Por qué tantos negativos?

-Que entre 1974 y 1983 las prácticas de adopción no estaban permeadas por la concepción del derecho a la identidad. En aquella época, a los niños adoptados no se les decía su verdadera identidad biológica. Había mecanismos para tapar esa realidad; en efecto, como se lo ocultaban al menor, directamente, los registraban como propios aduciendo partos domiciliarios. Además, como habían pagado por ellos, en muchos casos, el delito no estaba mal visto culturalmente. Durante ese lapso, comprar bebés fue una práctica habitual; panorama que se completó con el proceso de apropiación y robo que, como todos sabemos, llevó a cabo la última dictadura. Eso también se modificó con el empuje de las Abuelas.

-¿Qué sienten los científicos ante cada restitución?

-Si te cuento que tenemos unos 10 mil negativos es porque estamos más acostumbrados a la desilusión que a las buenas noticias. Tenemos un software que realiza una búsqueda masiva y cada vez que cargamos un perfil genético lo hacemos pensando que lo más probable es que no tengamos ninguna sorpresa. Por eso, cuando el programa arroja un positivo, lo primero que experimentamos es un shock muy fuerte y luego ingresamos en un ritmo vertiginoso que no se interrumpe hasta que las Abuelas realizan su tradicional conferencia presentando al nieto. Chequeamos todos los datos arrojados con la información preliminar, cruzamos fechas, analizamos mucho en muy poco tiempo para cerciorarnos de no estar en presencia de un error. Estudios que toman unos 20 días los hacemos en horas. Nos gana la ansiedad por saber que hay una abuela que está esperando y nos morimos por verle la cara de felicidad y conmoción al ver que tanta lucha realmente tuvo sus frutos. Cuando ello sucede es una fiesta y, por nuestra parte, conseguimos redimensionar la importancia de la tarea científica.

-En este caso la pregunta respecto del para qué de la ciencia está bastante bien respondida, ¿no le parece?

-Toda la vida interpelé mi actividad científica desde un lugar político. Descreo muchísimo de la autonomía de los investigadores; desde mi perspectiva, el saber científico debe seguir un hilo conductor hacia objetivos claros. Nuestras contribuciones deben estar conectadas con resolver alguna necesidad social, dejar una impronta; de lo contrario, creo que no sirve de mucho lo que podamos hacer. Nunca me sentí orgullosa por figurar como primera autora en un paper.

-En el debate presidencial, algunos candidatos señalaron que “hay que terminar con el curro de los derechos humanos”. ¿Qué tiene para decir?

-Es una perspectiva muy agresiva, muy violenta, alimentada por el propio gobierno actual. Diría que el único curro fue perpetrado por aquellos que robaron bebés y nos dejaron un saldo de 30 mil desaparecidos. Nos quitaron la posibilidad de saber cuál fue el destino real de nuestros familiares y amigos más cercanos. Podríamos discutir la dirección de las políticas de derechos humanos en gestiones anteriores, pero hablar de estafa es un disparate muy grande.

Fuente: Pagina 12

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