Sinceramente no puedo dejar de recordar el rostro del entonces ministro de Economía Martín Lousteau cuando el secretario Guillermo Moreno (ante la mirada horrorizada del canciller Taiana y de Felipe Solá) ejecutaba ante la garganta del economista los gestos que suelen acompañar un degüello.
Hoy, Lousteau, se sonríe :
—¡Sí, fue en 2008! Todavía me acuerdo.
—¡Como para olvidarlo! Y hoy, cuando para detener un dólar a 8,75 vienen bien los feriados.
—Mire, yo creo que el dólar es como la epidermis de los problemas que tiene Argentina; creo que son mucho más profundos. El de la inflación va más allá, pero la acumulación de problemas de ese origen está generando una economía que siempre es cíclica (los ciclos pueden ser más largos o más cortos dependiendo de sus condiciones); así es que, cuando viene la fase del ciclo en la que las cosas son más difíciles, pasa algo que nos cambia el humor. La gente deja de pensar en cómo puede progresar y estar cada día mejor y comienza a pensar defensivamente. ¿Cómo hace para proteger lo que tiene ahora? Puede ser un trabajo, un sueldo con un determinado poder adquisitivo, haber podido comprar un aire acondicionado o llevar a la familia de vacaciones y comer afuera de vez en cuando. Antes éstas eran cosas mucho más comunes. Me refiero a los años 50 o 60, cuando un trabajador podía tener otro estándar de vida sin estar preocupado. Lo que ocurre ahora es que, de vez en cuando, con esta economía tan cíclica a todos nos toca preocuparnos. Y esto es malo desde varias perspectivas. En 2004 escribimos con Javier González Fraga Sin atajos, un libro en el que comentamos todas las consecuencias que tiene esta economía hipervolátil. Por ejemplo, en los últimos 36 años Argentina tuvo 14 recesiones. Esto quiere decir que una persona de 55 años que estuvo trabajando durante los últimos 35 (me refiero a alguien que empezó a los 20) vivió más o menos el 40% de su vida en recesión.
—Desde un punto de vista personal, quizás una de las cosas que más nos asustan es comprobar que lo que simbolizaba el gran ahorro y la sensatez, como la casa propia, hoy exhibe un mercado inmobiliario parado, inmóvil.
—Sí, hoy está absolutamente parado porque el cepo y el dólar paralelo generan percepciones distintas de cuánto vale el dólar para el que quiere comprar y para el que quiere vender. El que quiere vender tiene un inmueble que visualiza en dólares, y el que quiere comprar lo que tiene es su trabajo, que vale en pesos, y tiene que ahorrar esos dólares. Entonces, cuando la brecha es del 70% entre una cosa y la otra se paraliza el mercado porque los que quieren comprar desean hacerlo con un dólar más barato, ¡y los que quieren vender no quieren vender con ese dólar más barato! Pero también hay otro problema adicional en el mercado inmobiliario, y es que no existen ya préstamos hipotecarios. Y esto ocurre por una razón muy sencilla que tiene que ver con la volatilidad de la inflación. Si un banco –a mí me tocó dirigir el Banco Provincia de 2005 a 2007– quiere prestarle a una persona a un plazo de treinta años… bueno, hoy prestar a largo plazo es un negocio raro cuando hay volatilidad, y cuando hay inflación ocurre lo siguiente: tengo 25% de inflación, ¡y para ganar dinero con lo que presto debo cobrar el 30%! Más que la inflación. Y cuando comienzo a hacer la cuenta de cuántos intereses pago y tengo 20% o 30% de tasa (casi el doble del préstamo original), ese monto se multiplica y hace que hoy la cuota de ingreso sea altísima. Dentro de diez años, a medida que pase el tiempo, si tengo una cuota fija que hoy me pesa mucho, luego no significará nada. Hoy, en cambio, es un porcentaje de mi salario que no me permite acceder a un préstamo para la vivienda.
—Y eso también es grave por cómo incide en el área de la construcción.
—Los créditos son como la sangre o la savia del capitalismo. Si esa savia tiene algún problema, obviamente el cuerpo funcionará mal. La economía argentina trabaja sin crédito. Cuando vemos lo que se produce por año en un país, observamos cuánto es el crédito al sector privado y cuánto está empujando, y llegamos a la conclusión de que es apenas el 10 u 11%, cuando en países similares al nuestro puede ser del 30 o 40% y hasta 60%. Entonces, si no tenemos el mecanismo que permita al que ahorra ponerlo en un lugar en el que otro (que desea invertir) lo tenga disponible, obviamente se crece menos y las oportunidades que están dando vueltas por ahí no se pueden plasmar.
—¿Y cómo analiza el tema de hoy, esta tarjeta Supercard de Moreno?
—Mire… cada vez que analizo el quehacer de Moreno me parece estar frente a una suerte de mal médico o curandero, ¡que aplica siempre el remedio equivocado para la dolencia que está tratando! Si al paciente le duele la panza le receta un analgésico para la cabeza, ¡y si le duele la cabeza le da algo para la inflamación del tobillo! Entonces, la verdad es que durante un tiempo no molesta pero a medida que se va atiborrando un cuerpo con distintos medicamentos que no son apropiados también se generarán consecuencias adversas. Efectos colaterales. Entonces, vamos al mercado de tarjetas de crédito: si usted cree que están cobrando una comisión desmedida, lo que usted tiene que hacer es convertirse en el órgano de defensa de la competencia, mirar los costos, observar si hay beneficios extraordinarios, forzarlos a bajar las comisiones o imponerles una multa muy alta. También se pueden hacer las dos cosas, puesto que hay mecanismos disponibles para ello. Ahora bien, si lo que usted quiere es tratar la inflación creando una tarjeta de crédito nueva, ¡la verdad es que ésta no es la manera de resolverlo! Puede ser que los supermercados puedan competir si se ponen en conjunto porque tienen caja, tienen un producto que venden en escala masiva. Entonces puede ser que tengan su propia tarjeta. Hasta ahora no tuvieron esa iniciativa, y la verdad es que no se puede tratar la inflación con una tarjeta de crédito. En primer lugar, porque la comisión que tiene una tarjeta de crédito no es causante de inflación. La inflación es el aumento de precios. Entonces, si la comisión de la tarjeta de crédito fue siempre del 3% no se sumó a la inflación. Si pasó de 3% a 4, 5, 6 o 7%, sí. Pero si no, no está sumando al aumento de precios. No está sumando a la inflación. Entonces, esto es tratar un problema de no inflación (en el cual el Gobierno hace todo lo posible para tener más inflación) con un instrumento que es una tarjeta de crédito nueva emitida por supermercados y que es para otro fin.
—A esto viene a sumarse también la veda de la publicidad en los diarios.
—Antes, la publicidad de los supermercados en los diarios lo que hacía era alertar a la gente y hacerle conocer las ofertas de precios que diferían de lo que los supermercados tienen como lista oficial de precios. A veces, de la lista interna que ellos tienen salían cosas en oferta y esto generaba una suerte de competencia. De hecho, a mí me encantaría ver que otros sectores de la Economía se pelearan por darme créditos así. Que me llamaran, “¡venga aquí que es más barato!”. Pero a medida que lo que hacemos es oscurecer esa información, se vuelve mucho más difícil saber dónde comprar bien, poder cotejar precios y buscar oportunidades, que es parte de lo que tiene como mecanismo de control interno una economía competitiva.
—Bueno, ahora iríamos a un congelamiento de precios por alrededor de sesenta días más.
—Mire, haber acordado precios por dos meses es un indicador obvio de cuál es la magnitud del problema inflacionario, porque si tenemos que acordar precios por dos meses quiere decir que es un reconocimiento implícito de la gravedad del problema. Y también de la reducción de nuestras expectativas. Al principio de 2007, en sus discursos Cristina Kirchner quería emular a Alemania y llegar a un gran acuerdo social en el que se pusieran de acuerdo gobierno, sindicatos, empresarios… Ahora esos acuerdos son por dos meses, y de precios con cadenas minoristas. ¡Eso es una deflación de expectativas fenomenal! Ahora bien, una vez que uno hace un acuerdo, el problema es: ¿cómo se sale? Con lo cual es natural que se extienda por unos meses más, en particular teniendo en cuenta que hay elecciones. ¿Cuál es entonces el problema del acuerdo? El problema no es que no se cumpla en lo inmediato si no tiene mecanismos de control, y la sociedad hoy tiene cada vez más mecanismos para controlar estas cosas. Uno puede ponerles un tope a los precios. Lo que pasa es que es como poner un tope a una olla que está acumulando presión desde abajo. Entonces, lo primero que pasa es que, al principio, los precios se contienen y yo mantengo la olla, pero luego, en la cadena de cualquier producto (por ejemplo, esta taza que tengo en la mano), si yo le digo que no puede venderla a más de este precio y sus costos van aumentando, ¡llega un momento en el que esta taza ya no es rentable! ¿Qué comienza a ocurrir entonces? No hay desabastecimiento inmediato, pero a medida que pasa el tiempo los que eligen producir también eligen aquellas cosas cuyo control de precios es más laxo, y a aquellas cuya acumulación de presiones en los costos hace que dejen de ser rentables las dejan de lado, de manera tal que ciertas cosas que antes estaban en el supermercado han dejado de estar allí. Pero esto lleva un tiempo, y cuando se acomoda, lo que empezamos a tener es desabastecimiento de algunos productos, suba de precios en aquellos más difíciles de controlar, y finalmente el acuerdo de precios deja de funcionar.
—¿Y qué pasa con la fuga de ahorros, Lousteau?
—Ese es un proceso mucho más profundo. Hay varias maneras de otorgarle confianza a un país. Se emite un sufragio, se va a elecciones, etcétera. Uno puede elegir, por ejemplo, ahorrar. En la Argentina, aquellos que tienen la oportunidad de ahorrar eligen automáticamente ahorrar en otra moneda o ahorrar en otros países. Este es un indicador muy profundo de algunas de las patologías que padecemos. Está muy relacionado con la volatilidad, porque hemos aceptado (producto de nuestra visión más cortoplacista) ciertas cosas, ciertos cambios que habría que ver de dónde vienen y por qué aceptarlos.
—Por ejemplo, ¿qué cambios?
—Por ejemplo, ¿desde cuándo la vida en Argentina no vale nada? ¿Desde cuándo se puede hacer rica una persona de la noche a la mañana? ¿Desde cuándo una persona se puede volver pobre también de la noche a la mañana y que esto parezca normal? ¿Cómo es lógico y aceptable que los funcionarios sean corruptos? ¡Que los políticos sean corruptos! ¿Desde cuándo esto es normal en un país que todavía debe desarrollarse y tiene muchas oportunidades y donde vemos que es mejor dedicarse a lo financiero, a lo especulativo y no a lo productivo? ¿De dónde vienen estas cosas?
—Es una especie de timba…
—Sí, es una timba, pero además hay muchos valores que se fueron degradando desde que el trabajo no es un orgullo, desde que el esfuerzo y el mérito no son parte de los valores aceptados y consagrados como forma de poder progresar en una sociedad… Esto es raro… raro porque podemos discutir del dólar y de la inflación pero, si no entendemos por qué, recurrentemente terminaremos sólo discutiendo cosas como el dólar y la inflación, que el mundo ya no discute. ¡Argentina discute los mismos problemas que hace tres décadas! Y esto no tiene que ver con la política económica sino con “la política”.
—Usted está señalando que nos hemos quedado en otra década…
—¡Peor! Nos hemos degradado. Creo que hay procesos que tienen lugar globalmente pero que en Argentina, como nos hemos fagocitado las instituciones, ciertos procesos se notan mucho más. Creo que la degradación política (incluso dentro del período democrático que comienza en 1983) es llamativa, ¡y no hago más que comparar a los funcionarios públicos de Alfonsín con los funcionarios públicos actuales! Comparemos los partidos que hay detrás y el funcionamiento del sistema político donde antes los partidos políticos tenían una cosmovisión, una plataforma, y las ponían a disposición de la sociedad, que a su vez, si estaba de acuerdo, los votaba. Además, el presidente de cada partido tenía que estar sujeto a ciertas normas del propio partido. Hoy lo que tenemos es como una política de vidriera, donde no hay partidos. Sólo un partido: el del Estado que tiene recursos para la gente. Que es capaz de cooptar. Que tiene mecanismos para transmitir mensajes a la sociedad y anclaje territorial. Es el único. Luego, lo otro es una suma de pequeños gerentes territoriales en busca de candidatos que aparezcan “bien” en los medios.
—No deja de llamar la atención, es cierto, que con tragedias como la de Once (con los cuantiosos subsidios que recibe el ferrocarril) todavía no se haya puesto tras las rejas a los responsables de 51 personas fallecidas, o que el martes la propia Presidenta ponderara el gerenciamiento de Aerolíneas Argentinas, que pierde (según los números publicados y no desmentidos) dos millones de dólares diarios…
—Frente a esto, la pregunta que yo me hago –subraya Lousteau– es no sólo por qué el Gobierno toma medidas que generan estos problemas que los argentinos vivimos muchas veces, sino por qué la política y la sociedad permiten que un gobierno que maneja así las cosas haga que la oposición no reaccione y no pueda presentar un sueño alternativo… Entonces, esto es mucho más profundo que la inflación o que el dólar. ¿Qué estamos discutiendo? ¿Cuál es el nivel de inflación? ¿Si conviene o no tener inflación? ¿Por qué discutimos un dólar paralelo o cómo debe ser el juicio por la tragedia de Once? O también, ¿por qué no tenemos trenes de media y alta velocidad que interconecten el país? ¿Por qué no discutimos si la Presidenta puede viajar en su avión porque si no se lo embargan? ¿Por qué, otra vez, discutir moratorias? Esta es una falencia política en la que el sistema (no sólo el Gobierno) no pudo aprovechar una circunstancia muy grande que tiene que ver (poniéndola en términos numéricos) con el presupuesto nacional, que hoy es dos veces mayor por habitante que en 2003. O sea que hoy el Estado tiene dos veces y medio más recursos por cada persona que habita la Argentina para proveerla de otra cosa. Y a mí me gustaría preguntar, si ésas son las circunstancias, ¿otra vez tenemos déficit?
—¿Cuál sería la razón?
—Esto viene por un proceso de crecimiento muy arduo. A la Presidenta le gusta decir que estos años han sido los del crecimiento más importante de nuestra historia. Y no es así: estamos en tercer lugar. Hay dos períodos previos: a comienzos del siglo XX, con un precio muy alto para los bienes que exportábamos, y en 1918, cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, hubo un rebote por el mismo motivo. Hoy tenemos un contexto internacional más un rebote luego de la peor crisis de Argentina. Entonces, éste es un problema más del cortoplacismo. Tuvimos una crisis. Luego recuperamos lo que habíamos perdido, lo que implica un crecimiento muy rápido y fácil al principio, y los que están a cargo creen que hallaron la receta. Luego se dan contra la pared. Crecer no es tan fácil. Si fuera así, ¡todos los países del mundo serían ricos! Nuestros gobernantes se enamoran de la receta que proporciona un crecimiento, que es consecuencia de un montón de circunstancias. ¡Luego chocan y volvemos a tener una crisis! Argentina dejó de crecer en 1998, cuando comenzó a tener una depresión económica que terminó con la crisis de 2001. A partir de ahí crecimos muy rápido. Ahora bien, si en lugar de haber caído en una crisis hubiéramos crecido al 3% desde 1998 hasta aquí, el ingreso por habitante sería 8% más alto que ahora. Entonces uno se enamora del rebote y no ve que, en realidad, parte del rebote es haber tenido una crisis anterior, y que lo que uno personalmente desea como sociedad es poder vivir y planificar la propia vida y la de los seres queridos sin pensar en crisis. Y creo que la inmediatez del sistema político (buscando candidatos en una vidriera) impide que pensemos en estas cosas. Después nos preguntamos: ¿por qué no se arma la oposición si son vanidades? ¡Cómo no va a ser vanidad si, en realidad, los partidos buscan a alguien que “mida bien”! Eso es ir a buscar una vanidad.
—Estos son temas apasionantes, pero también hay urgencias: ¿qué ocurrirá con la disposición de la Corte de Estados Unidos con respecto a los fondos buitre?
—Argentina va a tener que hacer una oferta y presentarla ahora. Esto se puede ver como un problema o como una oportunidad. Si Argentina hace una oferta y la Corte norteamericana la acepta, también es una señal para los holdouts que, litigando, tendrán una situación mucho más difícil. Si Argentina logra esto, debería poder normalizar otras cuestiones como, por ejemplo, terminar de cerrar el tema entre YPF y Repsol. Creo que aquí hay una oportunidad para volver a cerrarlo dejando, al menos, ¡heridas cicatrizadas! Esta es la habilidad que tienen, en general, los estadistas. Como dice el doctor Larriqueta, los estadistas “escuchan lo que la gente no dice”. Lo que dice la gente aparece en las encuestas, pero lo que la sociedad no está reclamando es lo que un buen estadista debe saber escuchar. No soy un estadista, pero creo que la sociedad argentina está pidiendo tranquilidad, justicia, educación y salud. Si cada uno agrega su propio mérito y trabajo, debe tener la certeza de que sus hijos van a estar mejor que él. Y los hijos de sus hijos también.
—Usted fue ministro de Economía en 2007 y 2008. ¿Por qué renunció?
—Porque, cuando fueron a buscarme, yo tenía un diagnóstico claro que ellos también conocían y, a medida que pasó el tiempo, también me resultó cada vez más claro que el diagnóstico de las cosas con las que había que lidiar iba a ser imposible de cumplir porque el Gobierno no quería reconocerlas. Eran los mismos problemas que tenemos ahora, pero agravados: la inflación y los subsidios. Y para eliminar la inflación hay que corregir el tema de los subsidios. Le dejé a Cristina por escrito lo que me parecía que había que hacer (un plan de corrección de subsidios y de política antiinflacionaria), y cuando me di cuenta de que no importaba cuánto yo me quedara como ministro enfrentando pesadas luchas internas e incluso bancando otras cosas, me pareció que la agenda que como ministro había llevado iba a ser imposible de cumplir. Entonces decidí irme.
Fuente: Perfil