En el 45 aniversario de la muerte de Oskar Schindler, durante la celebración de la fiesta judía de Jom Kippur, Alemania ha vuelto a ser víctima del terrorismo antisemita. Y escribo conscientemente Alemania porque si algo han aprendido los alemanes después de más de medio siglo de la barbarie nazi es que quien asalta una sinagoga no ataca sólo un templo religioso, sino los fundamentos constitucionales de la república. “La dignidad del ser humano es intocable” dice el primer artículo de la Constitución alemana y eso es precisamente lo que fue violado ayer en Halle. “Este atentado nos ha herido a todos en el corazón”, comentaba ayer el Ministro de Exteriores alemán, Heiko Maas, el cual, a diferencia de alguno de sus colegas, sí se atrevía a hablar abiertamente y sin tapujo alguno de antisemitismo. A pesar de la prudencia que hay que guardar en este tipo de atentados, cuando los cadáveres de las víctimas todavía están calientes, todo indica a que el atentado iba dirigido a la comunidad judía.
Lo cierto es que si la puerta de la sinagoga no hubiese resistido los disparos y los embistes del presunto terrorista, posiblemente estaríamos hablando de una matanza sin parangón en la joven historia de la república federal alemana. Pues en el momento del ataque se encontraban unos 80 personas celebrando pacíficamente el Jom Kippur, que vivieron momentos de pavoroso pánico mientras esperaban encerrados, sellados en el templo, la llegada de la policía. Según testigos presenciales, el asaltante, que iba vestido con un atuendo militar, chaleco antibalas y con el típico Stahlhelm, el casco de acero de la infantería germana, detonó ante la puerta varias granadas o leves explosivos y cócteles molotov sin éxito, algo que, según los expertos en terrorismo, podría indicar el carácter amateur del atacante, que habría elegido un día señalado para su atentado sin tener conocimientos profundos y concretos de la seguridad de la sinagoga. Al parecer, tal y como informaba ayer el ‘Spiegel’, el asaltante era alemán, y llevaba también una cámara sobre su casco, desde la que supuestamente filmó cómo disparaba a una paseante cerca del cementerio judío y a un cliente de un local de comida turca. En el vídeo también se le oye insultar a judíos y a inmigrantes.
Parece claro, entonces, a raíz de los indicios que tenemos hasta ahora, que el blanco principal del agresor era la sinagoga y quienes allí se encontraban. Al no poder entrar y sabiendo que la policía no iba a tardar en llegar, disparó indiscriminadamente contra el objetivo más cercano que encontró, el local turco. Ahora bien, tal y como se preguntaban ayer muchos alemanes tras saberse la noticia, ¿cómo es posible que no hubiese vigilancia policial frente a la sinagoga en un día tan especial y señalado? Testigos del barrio en el que se encuentra la sinagoga aseguran que siempre, cada día del año, hay una unidad policial velando por la seguridad del edificio. Pero que ayer, casualmente, no estaba. Al menos, durante la celebración del Jom Kippur, que fue el momento en que tuvo lugar el atentado.
Eso ha llevado a que se empiece a especular acerca de la posible complicidad entre el asaltante y alguien de la policía local. Sin embargo, no es menos cierto que la propia comunidad judía ha estado dividida en los últimos años por la excesiva presencia policial en las sinagogas, que convertía cada visita al templo, especialmente cuando se acudía con niños, en un acontecimiento perturbador, alejado de cualquier naturalidad, marcado por el temor y cierta angustia. Todavía no lo sabemos y quizá no lo sabremos con certeza nunca, pero es bien posible que esas quejas de la comunidad judía, esos deseos de poder visitar su templo religioso con la misma naturalidad con la que los cristianos van a sus iglesias y los musulmanes a sus mezquitas, fueran el motivo de la falta de vigilancia policial en tal día como el de ayer. No cabe duda de que si fue así, se trataría de un error colosal que milagrosamente no ha acabado en una matanza.
Sea como fuere, el atentado de ayer ha dejado claro que esas nobles aspiraciones de la comunidad judía, esas ingenuas pretensiones de vivir con la misma seguridad y naturalidad que las demás comunidades religiosas, están trágicamente infundadas. La realidad, en Alemania, hoy en día, es otra: ser judío implica, décadas y décadas después del Holocausto, vivir con miedo en el cuerpo y en el alma, no poder salir a la calle sin temor a ser vejado o insultado, no poder practicar la religión libremente como la practican los demás, exponerse a ser acribillado por ser otro o estar en el lugar de los otros. Para los que advierten pedagógicamente de que basta ya de sermones acerca de la memoria histórica y de sentimientos de culpa entre los alemanes y que hay que mirar hacia el futuro y no hacia el pasado, el día de ayer representa un aviso más, el enésimo: quien no recuerda está condenado a repetir el pasado, su horror, sus crímenes y sus toneladas de sangre.
Fuente: El Mundo